LLa pandemia del covid-19 ha roto muchas costuras de nuestra sociedad. Ha servido para que afloren determinadas realidades, que estaban ocultas para la gran mayoría de la sociedad, aunque para una minoría eran visibles, y si esta las denunciaba era marginada. Hablare brevemente de algunas de ellas y me extenderé al final en otra con mayor amplitud.

La pandemia ha desmontado el mantra de «tenemos la mejor sanidad del mundo». Ha puesto patas arriba nuestra sanidad, colocándola al borde del colapso, no por falta de profesionalidad del personal sanitario, sino por carencia de medios. Los recortes al final pasan factura.

A su vez ha sacado a la luz un problema gravísimo, la situación infrahumana de los temporeros estacionales llegados a recoger fruta. Recientemente la alcaldesa de Fraga señaló orgullosa que «ya hemos habilitado» un espacio para ubicar a los que duermen en la calle. Esta situación no es nueva, aunque nos resultaba irrelevante.

El confinamiento educativo ha servido para que irrumpiera tras la brecha digital la brecha social. El alumnado de familias más vulnerables y con menos recursos –1 de cada 4 niños/as en España– ha visto reducida la función compensadora de la escuela pública.

Por último quiero detenerme en la dramática mortandad en las residencias de ancianos. Ha sido y sigue siendo estremecedor. No podía llegar a pensar en la situación de muchas de ellas, que ha facilitado tal hecatombe. Mas, todo tiene un porqué. Luis de Páramo, pensionista y miembro de La Marea de las Residencias –otra marea más– escribió en marzo de este año un artículo muy explícito, El Negocio de las Residencias de Mayores. En 2018 el nicho de las residencias facturaba unos 4.500 millones de euros y la demanda va en aumento, en el que denunciaba su precariedad y quiénes están detrás de este negocio: los fondos buitres. Solo en la Comunidad de Madrid hay 25 residencias públicas, frente a las 220 concertadas y más de 200 privadas. Donde hay negocio el capital acude veloz. Lo que le importa es el beneficio a costa de recortar servicios, sueldos, etc. Mas, hay otros aspectos colaterales. Los ancianos en esta sociedad están de más, sobran. Es el concepto de Bauman «residuos humanos». Las residencias son aparcamientos de nuestros ancianos, sin que mostremos mucho interés por conocer qué ocurre en ellas. Ha sido necesario el coronavirus para salir a la luz tanta podredumbre y tanta maldad. Una sociedad digna no puede desconocer ni tolerar esta situación.

Los ancianos tienen los mismos derechos que el resto de los ciudadanos. Siento una profunda vergüenza y gran tristeza tener que recordarlo. Hay una preciosa expresión que aparece al inicio de la Resolución n. 46/91 con la que, el 16 de diciembre de 1991, la Asamblea General de la ONU aprobó los principios sobre los ancianos: «añadir vida a los años añadidos a la vida». Algo más que supervivencia, como bien se ve. Y «añadir vida» significa en primer lugar que el anciano no puede ser objeto de una progresiva reducción de sus derechos, lo que violaría la prohibición de discriminar basada en la edad, y que le empujaría poco a poco hacia condiciones de pauperización, de exclusión, hasta hacerle asumir las condiciones de una «no persona». Es lo que sucede cuando con el paso de los años se le excluye de los pertinentes cuidados y tratamientos médicos, o se le impone la sumisión a formas de control cada vez más fuertes, como ocurre en muchas residencias, auténticas cárceles y auténticos cementerios.

Termino con unos fragmentos de la carta escrita por Pilar Palao , Presidenta de la Asociación Española por la Dignidad y Derechos de los Adultos Tutelados (AEDAT), publicada en La Voz de la Calle, Revista de Carabanchel, con motivo del 1º de octubre, Día Internacional de las Personas Mayores, el título, muestra una durísima denuncia a toda la sociedad No me conviertas en dinero.

«Porque si me conviertes en dinero cuando necesite una residencia me despojarás de mi derecho a una vida digna al final de mis días, a mí y a quienes me cuidan.

Y tú, dueño, gerente, consejero, ministro… y cuantos sois cómplices de esta situación tenéis el poder y el deber de cambiarlo. ¡Ya! Sin perder un minuto, ojalá no podáis utilizarme nunca, ojalá, ni para engordar vuestra cuenta corriente ni para engordar los votos que recibís cuando me recordáis en campaña electoral.

Ojalá que la residencia que me toque para acabar mis días sea donde me quieran y me cuiden.

Ojalá que quien me cuide sea feliz y tenga su recompensa digna, en salario, en condiciones de trabajo, en respeto y admiración por su labor. Ojalá mis cuidadores no vivan bajo la sombra del despido, que no tengan miedo de dar la cara por mí.

Ojalá te dejen darme la mano sin contarte los minutos que pasas conmigo.

Ojalá pueda comer lo que me gusta, vestirme como quiera y levantarme y acostarme cuando desee.

Ojalá que me aseen con cariño y me dediquen mil sonrisas y yo con mi mirada les pueda dar las gracias y quererlos....

Ojalá que pueda elegir si vivir un día más y nadie me obligue a seguir respirando si no lo deseo… Pero atentos, señores responsables y cómplices, porque podéis obligarme a vivir una vida indigna y falta de respeto cuando ya no me pueda defender, pero no me podéis quitar la dignidad que me ha acompañado toda mi vida, porque soy un ser humano y mi dignidad es mi derecho como persona». H