Leyendo y escuchando lo que pasa por ahí uno tiene la impresión de que este país se ha vuelto del revés, o algo así. Quizá se deba al influjo del planeta Marte, no olviden que era el dios de la guerra para los romanos, que se encuentra en su punto más cercano a la Tierra de los últimos quince años, o que, más bien, la subida de las temperaturas está recalentando en demasía algunas cabezas, pero lo cierto es que vivimos sumidos en una cadena de contradicciones.

Esta semana los taxistas han liado una buena en muchas ciudades con su paro patronal (no sé por qué lo llaman huelga), protestando con suma violencia en algunos casos por la concesión de licencias para alquiler de coche con conductor a dos empresas multinacionales.

Todo lo que está ocurriendo alrededor de este conflicto es una catarata de despropósitos. El del taxi, donde para trabajar es necesario disponer de licencia oficial, fue uno más de los sectores económicos que se reservó el franquismo para regalar a amigos, familiares, afectos y simpatizantes, como las gasolineras o los estancos. Durante décadas, sólo recibieron concesiones públicas para hacer negocio en estas actividades los miembros y allegados del Régimen de la dictadura de Francisco Franco.

En los primeros años de la democracia las cosas siguieron igual y las mamandurrias se mantuvieron como si nada hubiera cambiado.

Pero la entrada de España en la Unión Europea significó, al menos sobre el papel, el final de todos los monopolios, como Tabacalera, Campsa o Telefónica, que en este país se privatizaron al modo hispánico, es decir, entregando estos negocios multimillonarios a los amiguetes de turno, como hizo José María Aznar con su compañero de pupitre, el tal Villalonga, al que colocó como presidente de Telefónica, pese a que el citado sabía tanto de telecomunicaciones como una almeja sobre la filosofía de Nietzsche.

El del taxi ha sido siempre un colectivo conservador, celoso de sus privilegios y renuente a cualquier tipo de cambio que implique perder las prerrogativas mantenidas durante tantos años.

Por eso, me llama mucho la atención que Podemos, tan de izquierdas como se dice, apoye de manera entusiasta a los taxistas, entre los que no creo que tenga demasiados votos, que el PSOE afronte el asunto de perfil, como si no fuera con él, que el PP se manifieste como si nunca hubiera gobernado y que Ciudadanos, tan liberal, ni sabe ni contesta.

Porque a muchos de estos no les importa nada la gente, sino la foto.

Quizás ahora sí se entiende lo que pasa.

*Escritor e historiador