La ciudad de Zaragoza se encuentra en un momento capital. Es el todo o la nada. Las urbes están emprendiendo procesos de transformación tan bestiales que se escapan, a veces, a las lógicas del día a día ciudadano. Y Zaragoza debe estar en la mejor situación para capitalizar ese cambio.

No es baladí que las grandes revoluciones urbanas son tan silenciosas que solo mediante el buen hacer de la Administración municipal se pueden urdir. Todo ello siempre tiene que tener un acuerdo político con grandes dosis de generosidad, sin sectarismos y con el bienestar de la ciudad como fin.

Es por eso que la postura adoptada entre los dos principales partidos de la ciudad por alcanzar acuerdos en los grandes proyectos es una posición correcta. La más razonable de todas tras años de discordia. No es posible que la ciudad avance con las zancadillas inútiles de la política cortoplacista.

Tanto el alcalde Jorge Azcón como la portavoz socialista Lola Ranera lo saben. Y están convencidos de ello. Una posición que tampoco se le escapa al presidente aragonés Javier Lambán.

Desde el Pignatelli se entiende la sintonía con el alcalde Azcón como una muestra de fortaleza para pervivir sin altibajos.

La ampliación de la plataforma logística Plaza para adecuar la instalación de la multinacional Amazon es un claro ejemplo del interés por construir de ambas administraciones, tanto de la DGA como del consistorio. Atrás quedan los reparos más precisos o puntillosos en el aspecto jurídico o político para relanzar un proyecto de ampliación que beneficiará a la ciudad.

No hay que irse muy lejos para entender que también esta postura común de acuerdo entre Lambán y Azcón, con el apoyo de Ranera, será capital para encontrar una sintonía en la remodelación de La Romareda.

Jorge Azcón y Javier Lambán saben que su mutuo acuerdo les coloca en la diana de la cordialidad mientras les aleja de los fantasmas extremos que les condicionan.

Un almuerzo entre ambos cerró un entendimiento que solo perdurará si mantienen la brújula del acuerdo. Y no se lían en conflictos internos o cantos de sirena trufados de ideología.

Los pactos entre distintos por el interés general son un ejercicio de alto riesgo político en los tiempos que corren. Sin embargo, esto promueve la discriminación del excéntrico habituado a romper la baraja por un interés ombliguista para terminar situando al ciudadano en el centro.