Al día siguiente del lío que montó el Gobierno PSOE-Unidas Podemos con su acuerdo con EH Bildu para derogar (íntegramente o no) la reforma laboral del PP, escuchar las opiniones del presidente de la Xunta de Galicia, Alberto Núñez Feijóo, era sorprendente. Ni una palabra más gruesa que la otra, con críticas políticas acertadas o no pero sin acidez, con sus argumentos sobre la gestión del Gobierno de Sánchez antes de decretar el primer estado de alarma («lo hicieron mal, actuaron tarde...») y después («una gestión normal y bien llevada, acompasada por el ritmo de las autonomías...»). Unas palabras para analizar y compararlas con las que se escuchan en la capital del Reino por boca de sus compañeros de partido, por sus jefes en el PP... Se puede estar de acuerdo o no con lo que decía el gallego, pero todo tenía su sentido y su armonía. En Madrid se están escuchando una serie de declaraciones políticas, de argumentos, de defensa de lo indefendible, por parte de unos y de otros, de la derecha y de la izquierda que no son de recibo ahora. Con 28.000 muertos en algo más de dos meses, el país no está para que los políticos se echen gatos a la cara. Si lo que ahora hay que hacer es intentar mantener el mayor número de puestos de trabajo, lo que no tiene ningún sentido es pactar a qué precio van a salir los despidos. No se está viendo ni sentido común ni sensatez.

Pero es algo que viene de atrás. Hace ya tiempo que desde provincias se ve la política de Madrid sobreviviendo en un estallido permanente. Una de las claves del por qué la dio también Feijóo. En Galicia no hay ni un solo concejal de Vox, ni un solo diputado nacional ni regional, ni un solo senador de extremaderecha. Eso significa que ni allí ni en ningún otro territorio tienen a un Santiago Abascal que azuza de lo lindo con cualquier arma política y sin descanso. Pablo Casado parece no querer perder ripio y por el otro lado está Pablo Echenique. Esta es una cuestión a tener muy en cuenta en el tablero político nacional. No es lo mismo querer hacer unos Pactos de la Moncloa bis en Madrid (que mira en qué han quedado, pues no solo la comisión de reconstrucción no parece que vaya a reconstruir mucho sino que más bien va a seguir destruyendo) que unos Pactos del Pignatelli en Zaragoza, aunque al presidente Lambán también se le descuelgue la extremaderecha. Claro que tanta unidad que se ha logrado en Aragón tiene mucho que ver con las personas. Y no se puede comparar a Santiago Morón, Luis María Beamonte y Nacho Escartín. Algo, que probablemente le pasará también a Feijóo en Galicia, por mucha carrera electoral que tenga ahora por delante. En Aragón el más Pepito Grillo puede ser Jorge Azcón, pero se ha metido de lleno en su papel de alcalde y con vistas. El regidor zaragozano ha sabido estar de la mano del Gobierno regional en los momentos más complicados de la pandemia y, aunque ha sacado la cabeza demasiado y se ha dejado ver donde quizás no debería, está vendiendo una gestión ante Madrid (su portavocía popular en la FEMP la está explotando muy bien) y un ayudar a quien haga falta aquí. Es el segundo alcalde más importante que tiene el PP y eso le da un prestigio y puntos para poder ubicarse bien en la capital. La estela de Martínez Almeida, su amigo y alcalde de Madrid, le va bien.

Y lo que le pasa a Núñez Feijóo es lo mismo que ocurre en Aragón. Que fuera de los partidos políticos las voces críticas son escasas. Si en Santiago o en Zaragoza hubiera el ruido mediático que hay en Madrid no habría estas balsas de aceite. En la capital, la mayoría de portavoces y líderes parecen preparar su arsenal político para el minuto y resultado de La Sexta y así, todos los días hablando y hablando o se escapa lo que no se quiere decir o se dice algo para tener cierta relevancia.

Si a todo esto se suma que el Gobierno de coalición nacional no ha tenido tiempo para rodarse y se ha estrenado prácticamente con el coronavirus, el cóctel es muy indigesto. Hay quien está ya en despachos cuando lo que más le va es la barricada y entre que los de fuera del Ejecutivo no ayudan, y los de dentro tienen ansias (porque nadie se cree que Pablo Iglesias quiera forzar su salida para alejarse de los próximos recortes económicos que va a tener que hacer Moncloa), el lío esta servido. La legislatura no lleva ni medio año, por lo que mal se puede pensar en elecciones, estando el país como está y, sobre todo, porque nadie sabe hasta dónde llegaría Vox. Arrimadas y su nuevo Ciudadanos lo está haciendo bien, a ver si no se tuerce y consiguee centrar a todos. El país no se puede permitir estos vaivenes políticos.

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