En la pescadería de mi barrio, Alfonso, mientras corta la pieza con aguda precisión de cirujano, me tira de la lengua sugiriendo que la prensa tiene mucha culpa de la histeria política que reina en el país. Entonces le replico que eso solo es verdad en parte, en una parte cada vez más pequeña. Internet ha provocado un tsunami comunicativo en el que los medios quedan desbordados por los chats de sus propias ediciones digitales, Twitter, Facebook y los grupos de WhatsApp, que son una especie de corriente subterránea cada vez más poderosa. En ese ecosistema tan complejo como incontrolable, la posverdad, las mentiras más rampantes y la manipulación barata prosperan de manera increíble.

Le puse, y les pongo, un caso para que entiendan lo que intento decir. Por supuesto que el periodismo de trinchera y sus inspiradores políticos derechistas han convertido a los manteros en una especie de gran enemigo, al que se atribuyen todo tipo de males. Pero luego el vendaval internáutico ha difundido ese argumento afilándolo e hinchándolo hasta el punto de que los habituales trolls parafascistas ya escriben que la venta callejera sobre mantas está hundiendo al comercio minorista.

Eso no es que sea una posverdad destinada a criminalizar a los inmigrantes y de paso desprestigiar a figuras como Carmena y Colau, más bien hay que verlo como una idiotez manifiesta. ¿Quién puede creerse que la venta de unas imitaciones y cachivaches de mierda va a tener una incidencia relevante sobre el comercio de proximidad? A este sector lo están jodiendo la planificación urbanística que ha descompuesto la ciudad compacta, los grandes complejos comerciales autorizados al socaire de unas normas destinadas al rico pelotazo... y además la venta desde internet por parte de webs de todo tipo y de enormes corporaciones de la distribución como la norteamericana Amazon y la china Alí Babá. Ni manteros ni leches.

Pero habrá idiotas capaces de creer que esos pobres negros están arruinando a alguien. Cuando la maldad se alía con la estupidez...