Este parón en la vida ordinaria en la primera semana de agosto que nos lleva a un limbo ficticio, más que relajarme me produce impaciencia. Pasan los días y solo pienso con todo lo que nos espera en otoño, y nosotros aquí adormecidos entre el cansancio y el calor.

Porque cuando guardemos el pantalón corto y las chanclas, nos vamos a encontrar que los problemas de junio no habrán desaparecido ante la inadvertencia veraniega. Y esa sensación de irrealidad y de espera creo que es compartida por muchos, hasta Albert Rivera justifica su ausencia pública en agosto porque «lo que pasa en este mes no existe». Y ya sabemos de la maestría marketiniana de Ciudadanos; acabaremos borrando el octavo mes del calendario.

Pero esperen unos pocos días más, y estallarán las reacciones a la sentencia del procés, al no Gobierno de España, a las medidas de los nuevos gobiernos autonómicos ultraliberales ejemplo de la inutilidad de los impuestos y de los hospitales públicos. Todos nos están esperando cuando llegue septiembre. Volveremos a nuestras estrellas internacionales, a Boris Johnson y su meditado plan de huir de la UE con un portazo, a Trump y su encarcelamiento de menores en la frontera, y la posibilidad de Salvini como primer ministro de Italia. Cuando cerremos las novelas recomendadas, nos hayamos actualizado con las series y acabado con nuestros reportajes en Instagram seguirán nuestras dificultades, y se incrementarán las de bastantes en esta nueva recesión económica que parece llegar.

Lo que no comparto con Ciudadanos es que los «asuntos veraniegos terminan por desinflarse en septiembre». La vergonzante gestión de los náufragos del Open Arms, y el derecho a la huida y el deber de auxilio seguirán presente como los principales retos de nuestra sociedad occidental. Ni la pasividad de algunos líderes, ni la jauría montada en las redes sociales harán simple y unívoco al problema.

La única lección de este mes de agosto es que el silencio de la mayoría, que ha tomado estas semanas de descanso, ha hecho más insoportable el discurso faltón y provocador de los que se han quedado y copado el protagonismo del discurso público. Cuando Rajoy hablaba de la mayoría silenciosa no creo que se refiriera exactamente a la misma, pero que imperiosa es la necesidad de una mayoría reivindicativa que desde la moderación exija soluciones y abomine de relatos y frivolidades, que ojalá solo se quedaran para el verano.