Es el tiempo del hooliganismo. Las trincheras políticas aplastan cada día al que entiende que la escala cromática tiene más visiones que el binomio blanco y negro. Tiene que quedar bien claro quién es el enemigo, y así disipar lentamente al que pretender buscar el acuerdo con el discrepante.

La política española comienza a padecer los peores síntomas de la política Trump o la ulsterización del debate público o parlamentario. O estás conmigo o estás contra mí. Y la marcha de la política de Borja Sémper, u otros como Eduardo Madina o Toni Roldán, son el reflejo de cómo se está precipitando el fin de la moderación.

Son tres ejemplos de cómo entender la política. O mejor aún: de cómo perseguirla para cautivar a una nube ciudadana alejada de bloques ideológicos. Son personajes que han utilizado la política para hacer pensar en sus partidos. No tienen el perfil tan cansino de dar golpes a un micrófono para atacar al contrario haga lo que este haga.

No es tiempo para ansiosos moderados. Lo que vende es la hipérbole desmedida en un país condenado a la trinchera guerracivilista. No hay grises. El edificio de la política no encuentra acomodo en la vigorosidad de una estructura que acepte la discrepancia.

Los partidos políticos se han convertido en lo más parecido a una secta: no cabe la discrepancia, todo gira en torno al culto a un líder -o a sus peones satélites- y los mensajes deben de ir cargados de testosterona.

La perdida de políticos tan cargados de sensatez en tiempos de jolgorio ideológico es siempre una mala noticia. Y es que se marchan quienes más falta hace que permanezcan. Resulta doloroso comprobar cómo políticos tan válidos, como Sémper, Madina, Roldán u otros tantos, con menos de 45 años se consideran ya viejos en esta -mal llamada- nueva política.

Con el talento expulsado se podría haber confeccionado en el país una política más higiénica, moderna y repleta de talante. La política española sería muy distinta si la lideraran personas como Sémper, Madina o Roldán.

Un híbrido donde la política sirva como encuentro con el diferente para trazar una hoja de ruta que aleje las líneas rojas impostadas en la absurdidad de las pretensiones maximalistas.

Es el momento de la democracia contra el populismo, el liberalismo contra el autoritarismo o el sentido común contra el márketing emocional. En el barro alejado de la razón siempre gana el populista, decía Sémper. Y está sucediendo..