Una manera de legitimar el racismo es seguir dando por válido el concepto de raza, incorporado incluso a los discursos elaborados con afán de subrayar la igualdad esencial de los seres humanos, pero sin caer en la cuenta de que no habría racismo si no aceptamos con toda naturalidad la existencia de diferentes razas. A comienzo del XIX se elaboraron clasificaciones de razas atendiendo a los atributos fenotípicos, es decir fundamentalmente el color de la piel, la forma de los labios, de la nariz, el tipo de pelo, la forma del esqueleto y sobre todo el cráneo. A tales diferencias físicas se asociaron otras capacidades intelectuales o psicológicas que cada individuo portaba inevitablemente por formar parte de una supuesta raza. Algunos justificaron esas diferencias, en las que los blancos, obviamente salían beneficiados, mediante la religión: Dios castigó y condenó a los negros mediante el color de su piel. Y así podemos afirmar que el racismo, que necesita el concepto de raza para existir, se convierte en una ideología que afirma la superioridad de la raza blanca, superioridad cultural sobre todo, porque lo salvaje pertenece a las otras. El concepto de raza como afirmaba Jacob, Nobel de Medicina en 1965, «ha perdido cualquier valor operativo… cada individuo es único, los individuos no pueden ser jerarquizados y la única riqueza es colectiva: está hecha de diversidad. Todo lo demás es ideología». Hablar de razas no tiene ningún fundamento biológico, la Genética lo ha demostrado. Es por tanto la base que sólo sirve para discriminar y segregar a muchos conciudadanos, simplemente porque los vivimos, equivocadamente, como competidores. H * Profesor de universidad