La España oficial arrastra un viejo problema: no entiende cómo funciona el resto del mundo que llamamos civilizado. No se percata además de que, si bien los tiempos han cambiado (desde el 78) y hoy el viento sopla a su favor, nunca conviene excederse. Pero, claro, aquí las gentes de orden sufren de nostalgia rabiosa... y en seguida se les va la mano.

Lo de Falciani, por ejemplo, ha sido de traca maraca. Se le suponía asilado en nuestro país (con la anuencia del Tribunal Supremo) porque se trajo consigo de Suiza aquella interminable lista de evasores fiscales en la que figuraban cientos de españoles. Es sabido que Hacienda, discretamente, logró sacarles algo. Por eso hemos flipado en colores al saber que dicho caballero había sido detenido a instancias de la propia Confederación Helvética, y que ¿nuestro? fiscal pedía su encarcelamiento y extradición. Le reclaman para cumplir condena por vulnerar el secreto bancario que protege a defraudadores, dictadores, ladrones, mafiosos y demás ralea. Se hace difícil no relacionar tal circunstancia con la presencia en los cantones de dos presuntas rebeldes catalanas. Alguien habrá pensado que, entregando a Falciani, las autoridades suizas serán más proclives a remitirnos esposadas a las secesionistas. Toma y daca.

A mí Hervé Falciani, que habrá de permanecer confinado mientras se decide si le devuelven a Suiza o no, me parece un benefactor de la humanidad. Sus revelaciones contribuyeron a cuartear la impunidad de los paraísos fiscales. Así que es él quien me preocupa, por encima de Rovira y Gabriel. En todo caso, la posibilidad de que se abra en la democrática Europa un mercado paralelo de extradiciones no convencionales resulta de lo más perturbador.

La teoría y la práctica de la internacionalización de órdenes de detención se han ceñido siempre a los delitos graves y reconocibles (asesinato, robo, terrorismo, crimen organizado...), soslayando los casos fronterizos. España, dándose a entender una vez más, pretende imitar a Turquía y romper el protocolo. Sin miedo a los reveses ni al ridículo.