Las principales capitales europeas y occidentales han sido víctimas del terrorismo que se proclama de origen yihadista. Ayer le tocó a Barcelona. El atentado fue en la Rambla, uno de los lugares emblemáticos de la ciudad, murieron 13 personas y hay más de 80 heridos. Hubieran podido ser otros cualquiera. Esta violencia es, además de cruel e irracional, absolutamente ciega. Dice actuar por inspiración de la religión islámica, pero no distingue entre fieles e infieles entre sus víctimas. Es simplemente una locura, sin más. No hay razones ni causas ni preceptos que puedan amparar el asesinato de personas inocentes mientras pasean por una populosa avenida. La condena, pues, es como ha de ser: tajante, unánime, contundente. No, nunca, jamás. Sin añadidos de ningún tipo. Sin contemplaciones. Sin regodearse en el daño que provoca, pero también sin esconder la violencia que ejecuta y sus crueles consecuencias.

LA CIUDADANÍA, como suele ocurrir ante este tipo de salvajadas, desde el primer momento se volcó en la atención a las víctimas. Unos heridos ayudaron a otros, los comercios de la Rambla albergaron a los afectados, el transporte público fue gratuito, los hoteles abrieron sus puertas a quienes no podían acceder a su alojamiento, miles de personas donaron sangre... Los servicios de emergencia y los cuerpos de seguridad actuaron coordinadamente en la atención a las víctimas, a sus familiares y en la rápida recuperación de la normalidad.

las investigaciones empezaron con la confusión propia de estos primeros momentos. No hay duda de que se trata de un atentado, y en el momento del cierre de esta edición se había detenido a dos personas. El Estado Islámico reivindicó las muertes. Todos los indicios dan credibilidad a esta reivindicación. De hecho, se estaba en estado de alerta desde hace meses, se habían activado todos los protocolos de seguridad, se habían practicado múltiples detenciones, seguido infinidad de pistas, analizado información de otros países, como el aviso que llegó de la CIA a los Mossos. Es evidente que no existe el riesgo cero. Es la barbarie de los terroristas la que ha provocado estas muertes, no la impotencia de las fuerzas policiales.

las instituciones por un día aparcaron la tensión que viven en los últimos meses y dieron una respuesta unánime, desde la Jefatura del Estado hasta el Ayuntamiento de Barcelona, pasando por los gobiernos español y catalán, todos estuvieron a la altura de las circunstancias. Y deben mantenerlo en los próximos días, que no serán fáciles. El duelo de los muertos, la atención a las víctimas y a sus familiares, la investigación hasta llevar ante la justicia a todos los que han intervenido en el atentado, la recuperación de la normalidad... Esas han de ser las prioridades, sin buscar qué rédito político se puede sacar. La ciudadanía saldrá hoy a la calle para expresar su rechazo a este atentado, para homenajear a las víctimas, para decir a los terroristas que no han conseguido su propósito de atemorizarla. Las secuelas durarán. Habrá que trabajar duro para superarlas, pero el mensaje siempre es y será el mismo: no hay resignación, nunca lo aceptaremos, jamás lo entenderemos.