Antes de que todo pase, deberíamos añadir un undécimo mandamiento de obligado cumplimiento para huir del riesgo de la estigmatización, no señalaréis en vano.

No solo el caso de un pueblo de Salamanca donde la sospecha y el acoso cerca a una familia tras el fallecimiento de uno de sus miembros, sino que los múltiples comentarios sobre confinar territorios, responsabilizar a ciudades de la extensión de la epidemia o a grupos de edad determinados arrojan a los colectivos a una vulnerabilidad que nos afecta individualmente a todos. Según Susan Sontag, en uno de sus libros más conocidos, 'La enfermedad y sus metáforas', pareciera que «las sociedades tuvieran necesidad de alguna enfermedad para identificar con el mal, que culpe a sus víctimas». Lo vivimos con las últimas epidemias históricas como la tuberculosis o el SIDA, porque una cosa es poner el énfasis en que la enfermedad amenaza a todos para inducir miedo y confirmar tus prejuicios, como doctrina del 'shock', y otra bien distinta es sostener como hacen muchos epidemiólogos que tarde o temprano de alguna manera nos afectará a todos, para actuar así con carácter preventivo y responsabilizarnos de nuestra conducta.

El riesgo global es imparable y esto va como señala Daniel Innerarity «de inteligencia colectiva, tanto en lo que se refiere a la respuesta médica como a la organizativa y a la política». No volvamos a los atavismos de culpar a una comunidad del pecado de una plaga. La enfermedad es más aterradora si además de ser letal conlleva la deshumanización de los afectados, no hablamos de chinos, abuelos, madrileños como responsables. Son como todos, víctimas de esta crisis sanitaria con mayor índice, además, de vulnerabilidad. De esta crisis se puede salir con la inevitable solidaridad y cooperación que nos exigen los tiempos o continuar con la dinámica acelerada del individualismo como mayor benefactor. Cada una de las crisis sanitarias mundiales provocó una transformación profunda de la estructura social y económica, queda por ver como quedará la nuestra cuando consigamos rebajar la curva.

La sostenibilidad del sistema público de sanidad no será uno de los ejes del debate, como lo había sido hasta ahora en entornos fuertemente neoliberales como el Reino Unido, y sus deseos de limitaciones de asistencia sanitaria a gordos o a fumadores. Ha quedado claro, incluso a los más reticentes, que el reforzamiento de lo público en ese sector es imprescindible, no sé si ocurrirá lo mismo con el gran problema del envejecimiento en nuestro país y su atención.