«No deberías mostrar tus sentimientos porque en las mujeres eso es signo de debilidad. Tienes que ser más perra». Es una de las primeras frases que se dicen en el documental A la conquista del Congreso. Me doy cuenta de que es un consejo que las mujeres han recibido desde que empezaron a tomar las riendas de su voz, su elección y su futuro. Desde que empezaron a ocupar cargos para los que nunca habían sido educadas. Las sociedades siguen sin estar del todo preparadas para la revolución de las mujeres. Muchas de ellas, las primeras, quizá se creyeron que era cierto, que las mujeres no podían mostrar debilidad, y debían endurecerse, porque no puedes mostrarle a un adversario las inseguridades. Pero el documental va, precisamente, de todo lo contrario.

Quién quiere ser una perra.

Quién no quiere mostrar sus sentimientos.

Dice, más tarde, que ellas no son tíos blancos trajeados, y que precisamente porque no lo son deben comportarse como es debido, vestirse como es debido, hablar como es debido, liderar como es debido. Pero nadie, durante siglos, nos ha dicho cuál es la forma propia de comportarse, hablar, vestirse o liderar sin repetir los mismos esquemas.

¿Las mujeres ejercen la política de un modo diferente?

¿En qué se diferencian?

Entonces aparece Alexandria Ocasio-Cortez: «Soy del Bronx en tercera generación. Soy latina, boricua. Descendiente de los indios taínos. Y descendiente de los esclavos africanos. Estoy orgullosa de ser estadounidense. Debemos estar a la altura de la promesa». Aparece Ocasio y te das cuenta de que la revolución democrática tiene que ver mucho con la feminista, pero también con la de clase, que es mucho más antigua. Y que la suma de ambas luchas son la verdadera respuesta a las preguntas que nos hemos hecho. Es imposible separar ambas reivindicaciones, porque son, para las mujeres de izquierdas, la misma. Ha llegado el momento, y Ocasio lo va a aprovechar. H *Escritora