El candidato suplente del Partido Popular a las elecciones europeas, Modesto Lobón, acabó ejerciendo, por lo que a las circunscripciones electorales de la comunidad autónoma respecta, como auténtico candidato. La razón de esa estelar suplencia hay que buscarla en el absentismo de Luisa Fernanda Rudi, quien, no recuperada de su último batacazo en las generales, diseñó su campaña al Parlamento de la Unión como un mero apéndice de Jaime Mayor Oreja. En consonancia con el aparato del partido, Rudi reivindicó la guerra de Irak y el trasvase del Ebro, y se quedó tan ancha.

Fue, pues, Lobón quien la sustituyó en los debates televisivos, en los medios, en la tribuna y en la calle, en el día a día.

Y lo hizo bien, con mucha dignidad, adornando su siempre agradable presencia (la de Lobón) con un discurso relativamente hilvando de la política europeísta que su partido se proponía llevar a cabo, así como de la importancia de las decisiones comunitarias para autonomías como la nuestra, o para ciudades como Zaragoza capital, sin olvidar, desde luego, al relegado Teruel o a la pujante provincia oscense, taponada al norte por la incomprensión del francés.

No tan modesto, Lobón, inalterable en su buena educación, ordenado hasta la meticulosidad, discretamente enfático, suave y persuasivo en la oratoria (su punto fuerte), fue ganando presencia mediática a medida que avanzaba la campaña, se fue encontrando a gusto ante las cámaras, y también con el programa sobrevenido de ideas propias que su acervo cultural le iba suministrando sobre la marcha. Porque es Lobón, amén de excelente lector, y aficionado a las letras, un politólogo de variada formación, viajado y leído, y hasta con un aceptable inglés. Todo lo cual le permite improvisar, cualidad imprescindible para un político profesional.

Lobón lo es. A lo largo de su carrera ha militado en diversos partidos. La Democracia Cristiana, Unión de Centro Democrático, Partido Aragónes y, desde el 99, creo recordar, en el PP. En realidad, ha sido siempre un democristiano hecho en la transición, de profundas convicciones religiosas y un cierto componente aragonesista que, sin embargo, acabaría cediendo frente a su visión más centralista --ahora, probablemente, jacobina-- del Estado. De Gaulle o Winston Churchill serían algunos de los espejos en los que se mira con frecuencia para cimentarse ideológicamente en el parlamentarismo de la Europa de entreguerras, el período histórico que probablemente mejor conoce, junto con, por haberla vivido, la historia reciente de nuestro propio país.

Otra de las virtudes de Lobón estriba en su aceptación de la crítica. Por muy duros que algunos hayamos sido con él, con sus cambios de siglas, con sus movimientos estratégicos de índole personal, nunca hemos perdido su amistad, y eso es algo que decididamente le honra. Otros prohombres públicos deberían aprender de esa actitud inteligente, que no abunda.

Por ello y otras razones, entre las cuales su agenda, Modesto Lobón apunta alto en el Ayuntamiento de Belloch. Nada me extrañaría que su próxima campaña sea, precisamente, contra el astro socialista.

*Escritor y periodista