En el último funeral al que asistí, el sacerdote oficiante predicó contra las tentaciones materiales, ese su viejo enemigo, el becerro de oro. Nuestro objetivo en esta vida no puede consistir en ganar tanto dinero como los futbolistas, los artistas o los políticos, sostuvo el padre en su homilía fúnebre.

Por desgracia, esta opinión, por lo que a los políticos afecta, se está extendiendo cada vez más, con lo que eso supone de desprestigio para la democracia. El trinomio política-dinero-poder comienza a generalizarse de forma muy peligrosa.

En muchos jóvenes, por ejemplo, los comentarios que despierta nuestra casta política no se podrían reproducir aquí. Y no solo los jóvenes. Es cierto que muchos adultos, infinidad de españoles creen que nuestros dirigentes ganan fortunas como las de Cristiano Ronaldo, Lionel Messi o Julio Iglesias. Las periódicas informaciones de que éste o aquel expresidente acaba de adquirir un chalet de lujo en Marbella, asesora a millonarios, se incorpora a los consejos de multinacionales y bancos o pasa sus vacaciones en los mejores resorts del mundo no contribuyen a rebajar las críticas.

Y, sin embargo, hay decenas, cientos, miles de políticos que no solo no ganan tanto como los artistas y futbolistas, sino que a duras penas les da para llegar a final de mes.

Ellos son tantos alcaldes y concejales de municipios donde no se cobra un euro por las labores de representación, reduciéndose toda la ganancia a la satisfacción de trabajar en beneficio de los vecinos y hacerles un poco más agradable la vida. Ellos son tantos diputados autónomos que ven cuestionados sus ingresos por la demonización diabólicamente inspirada por el Estado central contra el Estado autonómico (Dolores de Cospedal, sin ir más lejos, acaba de dejar sin escaño a la mitad de los diputados manchegos, y a la otra mitad a medio sueldo). Ellos son tantos diputados nacionales que cumplen sus tareas, velan por el interés nacional y evitan males y corruptelas mayores...

La tentación de generalizar, de identificar clase política con corrupción, a los partidos con mafias, a las instituciones con sectas arrasaría con una Administración pública que, siendo imperfecta, como toda obra humana, presta infinidad de servicios, y la mayoría de ellos con seriedad, eficacia y honradez.

Juicio sí, pero solo a los acusados, y justo.