Cada día, por la mañana, cojo el bus urbano para ir a trabajar, así que me toca conocer a diferentes chóferes, hombres y mujeres, jóvenes y no tan jóvenes. Amables, ausentes, abiertamente antipáticos y encantadores. Vamos, como cualquier grupo humano de cualquier profesión de cualquier lugar del mundo. Yo procuro decir buenos días cada vez que me monto, y unos me contestan, y otros no; ya entiendo que contestar al saludo de cientos de personas cada mañana tiene que ser una pesadez. El caso es que llega un momento, cuando coges tantos buses al cabo del día, al cabo del año, de forma aleatoria, que si subes a un autobús, y dos minutos después te piden que describas a quien estaba al volante, yo me sentiría incapaz. Es como pedirles a ellos (y a ellas) que se acuerden de todos sus pasajeros. Bueno, pues esto ha cambiado. A partir de ahora, me he quedado con la cara y con el nombre de uno de los trabajadores del gremio. Se llama Manuel Izaguerri Sánchez, y el lunes consiguió evitar la muerte de una joven en Miralbueno: su novio, cúter en mano, intentaba rebanarle el pescuezo cuando Manuel se dio cuenta, paró el bus y fue a impedir la agresión. Le ayudaron vecinos del barrio, personas anónimas que estaban por allí y que consiguieron no solo salvar a la chica, sino impedir que el agresor, que se autolesionó (qué fácil hacerlo después, encima vamos a huir de la responsabilidad de lo hecho) se desangrara y muriera. Pues lo dicho. Manuel Izaguerri Sánchez, ese es el nombre del héroe que salvó una vida. Y conduce un bus. Gracias en nombre de todas las mujeres. H * Periodista