En medio de tantas conmociones el gobierno ha cambiado el nombre a las carreteras. El otro día salían unos mapas en los periódicos, más entretenidos que los jeroglíficos. Emilio Lacambra se lo pasa bien con el crucigrama de este periódico. Harri Gómez, que en paz descanse, mantenía una estrecha relación con el autor de sus crucigramas preferidos, hablaba con él a través de los los enigmas. En medio de estas conmociones, SMSs, lutos y grandes confusiones históricas, España ha cambiado los nombres de casi todas las carreteras, autovías, autopistas, de peaje o gratuitas. Aquí batallamos en vano desde hace lustros por que dejen unos kilómetros gratis, pero no es posible sortear ese feudalismo bancario. Quizá ese cambio de nomenclatura obedezca a una necesidad, a una reorganización lógica. Pero es un cambio tremendo, profundo, que afecta a los recuerdos y nos obligará a modificar capas enteras de neuronas. Se nos puede poner el cerebro como el de los taxistas londinenses. Cada nombre de carretera o autovía ha sido aprendido trabajosamente, al hilo del vivir, cada cual en su road movie. Con este cambio de nomenclator el gobierno no sólo ha sustituido unas siglas por otras: nos ha cambiado el mapa afectivo. En cierto modo es como cambiar de repente los nombres de los ríos, que no están ordenados por criterios lógicos, ni siguiendo el recorrido de las agujas del reloj. Con tanto barullo y tanto apocalipsis diario apenas hemos tenido tiempo ni ganas de reparar en esta mutación decretada en el BOE y divulgada en la rutina de unos mapas embuchados entre féretros. Pero a la larga esto puede suponer un vuelco más decisivo que el cambio de gobierno, o que la modificación del IRPF. Cambiar los nombres a las carreteras de nuestra infancia puede ser más delicado que reformar la Constitución. Además, al ser un tema un poco pedestre --o viario--, apenas ha generado literatura crítica, ensayos, artículos de especialistas. ¿Habrá especialistas en nombrar carreteras? A lo mejor, al ver que no iba a salir ese colosal disparate que era el Plan Hidrológico Nacional, el gobierno optó por embarullar esas otras rayas de los mapas que son las carreteras. El PHN es -era- la apoteosis de lo kafkiano. Quizá es un detalle freudiano de impotencia: no está en la fecha prometida la Somport-Sagunto, por ejemplo, pues se cambian los nombres. Esto requería un referéndum.

*Periodista y escritor