Sesenta años ya y aquí estamos, conmemorando el desembarco de Normandía. ¡Cuánto nos gustan las celebraciones, más allá de muertos e irreversibles lisiados! Ciertamente que aquella gran película liberadora dio al traste con Hitler, sus genocidios, sus locuras y la intolerable presencia de la sinrazón en forma de empresas, capitalistas, militares y fanáticos. Esa gran Alemania del Reich que por cierto pactó con la URSS de Stalin, a no olvidarlo, antes del que el padrecito rojo rompiera amarras a cambio de casi 23 millones de inocentes víctimas soviéticas defendiendo los GULAG, las ocupaciones de países ajenos, la miseria y falsas utopías liberadoras. En el conflicto dieron su vida millones de personas inocentes: como no pudo ser de otro modo, casi siempre parias de la tierra. La España del toro, la jota y la eñe permaneció neutral (¡qué listo su Excelencia, apuntan los hagiógrafos de Franco!) mientras que vencedores y ganadores sellaban acuerdos, abrazos de paz eterna, beneficios, industrialización, pan y futuro. La Ibérica piel de toro conoció aislamientos y tercermundismos, pacifista hasta la médula aunque los fusilamientos, torturas y sevicias estuvieran a la orden del día mientras que el resto de naciones luchaban por construir vida en libertad, la sola manera de que podamos considerar vida a la vida. Ninguna guerra es bella, toda guerra es repudiable, salvo cuando están en juego los valores fundamentales de la dignidad humana. En esos momentos que hoy se conmemoran, España no estuvo presente. Que piensen los sabios y saquen consecuencias.

*Profesor de Universidad