«'We few, we happy few, we band of brothers'» («Nosotros, nosotros pocos y felices, nosotros como una banda de hermanos»). Esta cita me ha salido al asalto -sin avisar y a traición, como siempre hacen, las malditas- un par de veces en el último mes. La última de ellas en el último libro escrito hasta la fecha por ese anglófilo tan cascarrabias y pesimista como buen escritor que es Javier Marías, 'Berta Isla' (estupenda y absorbente novela sobre lo que somos y lo que no somos, sobre lo que sabemos y sobre lo que no sabemos). La frase en cuestión es la más famosa de la vibrante arenga que Shakespeare pone en boca de Enrique V dirigiéndose a sus soldados y compañeros de armas, momentos antes de enfrentarse a lo franceses en la batalla imposible de Agincourt en 1417, donde éstos les quintuplicaban tanto en número como en soberbia. Naturalmente, ganaron los ingleses (se puede ver esa batalla recreada en la estimable 'The King', en Netflix), aplicando una estrategia tan novedosa como valiente.

Shakespeare escribió 'Enrique V' casi doscientos años más tarde, y su emocionante discurso (Kenneth Brannagh lo borda, en Youtube) quedó fijado pronto como una oda optimista (¿qué importa morir, si se va a morir bien? viene a decir) sobre la gloria merecida, sobre lo que significa la lealtad, sobre el honor que supone ir a una batalla rodeado de (¡pocos y felices!) compañeros y soldados que darán la vida por ti (y tú por ellos), más allá de órdenes, credos, banderías, galones y jerarquías. Y que los compromisos, más que con las ideas (o con las instituciones, o con los partidos políticos, o con las empresas), se tienen con las personas de las que uno se rodea, o (mejor dicho) a las que uno se acerca. Y que cuanto más capaces -para enseñarte y ayudarte- y libres -para quererte y criticarte- sean las que cada cual escoge para hacer frente a sus batallitas diarias, mejor para tí, idiota (bueno, esto último creo que no lo dice Shakespeare. Pero es que uno se viene arriba…).

En Agincourt, ya se ha dicho, ganaron los ingleses, y contra todo pronóstico (yo creo que también ayudaba que Boris Johnson aún no existía…). Y también murieron muchos: pero lo hicieron en compañía, y viendo quién les defendía, y defendiendo a otros. Metro a metro, palmo a palmo, espalda con espalda. Cada generación tiene sus guerras, pero en esta que nos ha tocado quizá lo más dramático sea que sabemos que si alguien de nuestro entorno (o nosotros mismos) es tocado por la varita tenebrosa del virus, puede morir solo en una esquina de un hospital, y sin poder ver a su mujer, a su hijo, a su amigo, a su hermana. Así que aportemos soluciones: aunque no podamos abrazarnos, ni darnos besos, ni chocar palmas, ni cañear juntos, aprovechemos este tiempo de tensa espera para hablar, contar, escribir, mirar, sonreir y apoyar, aunque sea virtualmente, a todos aquellos a los que elegimos un día para que nos enseñaran, nos quisieran y nos ayudaran. Y decírselo, faltaría más.

Guardemos los abrazos para más tarde, pero por si acaso y mientras tanto saquemos otras armas de construcción masiva, que las hay. Y un beso fuerte y digital a tod@s, qué remedio…