Se llama individuo a cada uno que lo sea de una especie o género considerado aparte enteramente como un caso aislado en sí mismo; lo que no deja de ser una abstracción que no existe en realidad de verdad, ya que todo lo que hay es parte de un todo mayor al que pertenece. Lo concreto en cambio -del latín «concretus» y este de «concrescere»- es lo que existe en relación con otros dentro del universo y, en especial, lo que nace de otros y crece con otros como las plantas, los animales y las personas. Una persona bien nacida y educada se comporta bien y mantiene buenas relaciones con los demás, reconoce a los otros y se reconoce como tal ante los otros. Lo contrario es solo un individuo contra los otros: un mal nacido, y su relación con los demás perversa.

Para bien o para mal -depende de nosotros- vivimos juntos sobre la misma Tierra que no aumenta mientras la población crece y nos movemos todos más deprisa por todas partes. Con lo que la ocasión,que podría ser para bien -para estrechar las relaciones de convivencia y trasformar en abrazo los contactos-, lo puede ser no menos para mal convirtiendo un encuentro en un tropiezo y los simples contactos en roces o tremendos accidentes.

Lo que no es posible en general es circular cada quien como un individuo abstracto y distraído, como nómada o átomo en un espacio infinito. El individualismo moderno -o posmoderno, neoliberal en cualquier caso- que pretende vivir y dejar vivir, o morir -allá cada cual y cada uno a lo suyo, con su bola- es un pretexto de un egoísmo ciego, asesino y suicida. Es la miseria que mete a cada quien en su agujero, dentro de la piel de sus intereses individuales donde se pudre sin salida o lo convierte -peor aún- en un egoísmo encapsulado como una bala perdida.

Pero una persona humana, no solo un individuo de la especie humana sino bien educado y dotado de la virtud que nos hace humanos, es en concreto el que vive y convive con los otros y para los otros. De igual manera que se dice cristiano al que está dotado de la virtud de la cristiandad, que nada tiene que ver con un régimen -el de Cristiandad medieval, por ejemplo- y mucho con un comportamiento. (En este sentido, maese Pedro habla «de la inaudita cristiandad del valeroso Don Quijote» al ver que ha satisfecho con creces los destrozos causados por él sin mala intención en su retablo de las maravillas).

El papa Francisco celebró la Jornada Mundial de la Paz, una misa para comenzar el año 2017 con los mejores augurios que buena falta nos hacen. Y aprovechó la ocasión para condenar la violencia sin fronteras -que no las tiene ni las halla en ninguna parte infranqueables, como el dinero que tampoco- y denunciar «la corrosiva enfermedad que degrada y corroe como un cáncer el alma humana» y que trae consigo lo que ha llamado «orfandad espiritual» con todas sus consecuencias como son «el vacío y la soledad» que todos padecemos en desigual medida.

Aludiendo a la comunidad perdida o relegada en el trance de las comunidades históricas a las sociedades modernas, como ya detectaron los sociólogos hace muchos años, lamentó «la pérdida de los lazos que nos unen, típica de nuestra cultura fragmentada y dividida» que es lo que hace sentirnos como huérfanos conectados y enredados virtualmente en el espacio y a la vez solos y vacíos, perdiendo con la presencia física de los demás nuestros corazones «la capacidad de la ternura y del asombro, de la piedad y de la compasión». Para Francisco nos enfrentamos en la sociedades modernas a un problema urgente de supervivencia humana: recuperarnos de esa «orfandad espiritual» que padecemos, de esa grave enfermedad que nos mata, por haberse apagado «el sentido de pertenencia a una familia, a un pueblo, a una tierra, a Dios»

¿Es eso populismo? No lo creo, en todo caso lo sería hacia delante. No para volver a un camino que dejamos cerrado a las espaldas. Sino para abrirse, para largarse, para salir de una situación que nos detiene. Para superar un miedo que secuestra la esperanza. Para compartir, compañeros, la vianda y sacar adelante una tradición que lo merezca. Para superarla y hacer, con paciencia, con mucho coraje, todo lo que queda por hacer hasta llegar a casa llámese como se llame. Francisco habla de Dios, a quien llama Padre de todos los hombres; otros,en cambio, llaman a esa casa Nosotros sin exclusiones, Humanidad acaso o Fraternidad universal. Yo digo amén en cualquier caso, y deseo para todos los hombres y mujeres la paz. ¡Que así sea!

*Filósofo