Los candidatos llegan a la repetición de las elecciones como las moscas al final del verano: agotados y torpes, y en algunos casos conscientes de que su final está cerca. La televisión convierte en televisión todo lo que retransmite y un debate de candidatos es ante todo un espectáculo. Si tenemos en cuenta eso, no es raro que algunos hayan considerado ganador al personaje nuevo de la temporada: el líder de la ultraderecha. Se mostró un poco más europeo que en otras ocasiones, con chovinismo de bienestar y conspiranoia anticosmopolita: estribillos del iliberalismo de otros países. Los nacionalistas son también un producto de la globalización.

Sus competidores vacilaban. No sabían si responderle o no, quizá pensaban que al atacar sus falsedades racistas podían entrar en un terreno complicado. Los analistas, ansiosos de novedad, encuentran en él algo inquietante, interesante. El hastío ayuda a los extremistas, que son peores que el aburrimiento.

Se vieron de nuevo las limitaciones de Pedro Sánchez. Todo lo que puede aportar es el cargo. Tuvo sus mejores momentos cuando se presentó como izquierda responsable. Arrogante y envarado, no parece que vaya nunca a pasar de percha. En el formato no puede mostrar su principal virtud: la carencia de escrúpulos. Algunas de sus propuestas son rectificaciones de decisiones tomadas por su partido.

En el caso de Albert Rivera lo que vimos fue un remake de La muerte en directo: el suspense era cuánto daño estaba dispuesto a hacerse, y si emplearía alguno de sus gadgets para lesionarse. Pablo Iglesias, con todo el cansancio que arrastra y provoca, es el que mejor domina la televisión. Saca otros temas pero también intoxica de demagogia; iba a cambiar el régimen y, cuando está mejor, acaba en imitador de Anguita. El Partido Popular de Pablo Casado es la formación nerudiana: gana cuando calla porque está como ausente. Ganar es resignarse y esperar: ser la primera fuerza de la oposición con un gobierno frágil y una crisis económica al acecho. Si habla, todo va un poco peor: uno puede hasta recordar lo que son. Casado fue más sólido en lo económico; Sánchez reprochó con razón a la derecha que no se distanciara del discurso de Abascal. Pero la izquierda también respondió mejor cuando hablaba de Franco que cuando estigmatizaba a los inmigrantes o recalentaba teorías de la conspiración. Y, como el PSOE se ha dedicado durante meses al alarmismo en términos de género, tenía difícil criticar una corriente de demagogia que se diferencia sobre todo en el chivo expiatorio elegido.

@gascondaniel