Acostumbrada a la inestabilidad desde la Edad Media, Italia ha sido siempre una fuente inagotable de noticias políticas para el resto de Europa. Las recientes declaraciones del viceprimer ministro, Matteo Salvini, en las que daba por muerta la alianza de la Liga con el Movimiento Cinco Estrellas, han devuelto al país transalpino a un estado de agitación inusitado que ha acabado de forma prematura con el tedio estival antes del ferragosto. Sin interrumpir un beach tour en el que se le ha visto ejercer de disc jockey escoltado de jóvenes en bañador y bebiendo mojitos, el ministro del Interior italiano ha querido capitalizar así su popularidad en las encuestas tras el hundimiento de sus socios de gobierno en las elecciones europeas. El objetivo: hacerse con (todo) el poder, apoyado por fuerzas de derecha como la berlusconiana Forza Italia y Hermanos de Italia, relegadas a la condición de socio minoritario.

Este movimiento, que abre las puertas a unas elecciones en otoño -justo cuando Italia debería afrontar la elaboración de sus cuentas, bajo el control de la UE- ha provocado una serie de reacciones en cadena. El primero en salir a la palestra ha sido el excómico y fundador del movimiento indignado Beppe Grillo, que ha realizado un llamamiento para «frenar a los bárbaros». Junto a la suya se han alzado otras voces, como la del expremier Matteo Renzi, quien ha recordado a Salvini que la facultad de convocar al Senado y disolver las cámaras no está entre sus atribuciones. Reactivados los conciliábulos, tras un nuevo giro de guion, en Roma se habla ya de la conformación de un gobierno electoral o técnico que sustituiría al actual gabinete dirigido por Giuseppe Conte (aunque él mismo podría repetir al frente). Para ello, bastaría con que el Partido Democrático, sin opciones en los nuevos comicios, y una parte de Forza Italia que no quiere someterse al populismo decidieran no participar en la moción de confianza que se presentará en el Senado. O sea, una muestra más de la finezza que domina las maniobras en los aledaños del Quirinal, frente al carácter hosco más común en nuestros pagos.

Si no fuera por los paralelismos que pueden empezar trazarse con la actualidad, en España la evolución de los acontecimientos en el Bel Paese podría servir de distracción para los adictos a la política-espectáculo, como las novelas italianas que inspiraron a Cervantes. Pero, salvando las distancias, en nuestro país se dirimen estos días cuestiones parecidas a las de este sainete bufo, con la negociación pendiente de un gobierno de coalición en el que Podemos ejercería el papel desestabilizador que hoy encarna la Liga en Italia y con la única alternativa de unas elecciones en las que, a la sazón, el candidato Sánchez forzaría el entramado institucional para aumentar su poder, como Salvini. Afortunadamente, las diferencias son también importantes, con un sentimiento europeo que en España está entre los más altos de la Unión -un 83% de la población- frente a un creciente sentimiento antieuropeo del 40% en Italia, que iguala al del Reino Unido antes del brexit y que está sólo por detrás del de República Checa (43%), Grecia (48%) y Bulgaria (47%).

En la mayoría de estos países, el rechazo a la Unión Europea está relacionado con la gestión de la crisis migratoria que siguió al estallido de sendas guerras civiles en Siria y Libia tras las primaveras árabes; y sus rescoldos siguen sin apagarse, como demuestra la dramática situación que se vive estos días a bordo del Open Arms. Sin embargo, Grecia, Bulgaria y Chequia se enfrentaron en su día solas al aluvión de personas que llegaban de Turquía y las islas griegas huyendo de esos conflictos a través de una ruta que jalonó sus territorios de improvisados campamentos con millares de personas. A su vez, Italia asumió gran parte de la cuota marítima de la oleada, lo que provocó un colapso de sus recursos asistenciales y despertó un sentimiento de hostilidad en lugares como Lampedusa. Sólo así se entiende la complicidad de muchos italianos con las declaraciones de Salvini -que ha pedido que los rescatados desembarquen en Ibiza, para «divertirse»-, hartos de que sean otros quienes levanten la bandera de la solidaridad sin asumir antes un reparto equitativo de las cargas.

*Periodista