La Policía española sufre de vez en cuando un varapalo estético en forma de Billy el Niño o del comisario Villarejo. Renacen con ellos los viejos fantasmas de la dictadura, el pánico a las detenciones caprichosas, a las torturas y condenas del franquismo y también al miedo a que ese odio y una violencia estancada y sorda continúen larvadas en nuestras Fuerzas del Orden, con otros Tejero, Milans del Bosch, Villarejos entremetidos en la política y en los asuntos de la actualidad.

Esa mala imagen, la de policías sin escrúpulos, intolerantes, capaces de falsear filmaciones, pruebas, incluso escenas de crímenes sobrevuela la narración de la novela La novia gitana, de Carmen Mola. Una nueva autora, o autor, quién sabe, pues se esconde bajo un seudónimo. El libro ha desembarcado en las librerías con una fuerte campaña de publicidad, el morbo de quién se ocultará detrás de Carmen Mola como nom de plume y la calificación de extrema.

No hay tal, realmente, sino un relato convencional de novela enigma, con un cadáver a modo de anzuelo al comienzo y un final pretendidamente sorpresivo. Tampoco el estilo, estándar, es nuevo ni extremo, siendo esa pésima imagen de la policía española lo más relevante de esta novedad.

Policías, los de la fición de La novia gitana, que no dudan en amenazar a los testigos del caso y en chantajear a compañeros suyos con los que no están de acuerdo; que exhiben una agresividad brutal, innecesaria, y que se expresan peor que los propios delincuentes.

¿Se trata, quizá, de un reflejo realista de la profesión? ¿Se ha documentado, ha convivido la autora (o autor) con inspectores y agentes de una brigada especial como la que describe en su novela o su retrato es un invento, una adaptación a la española de los duros polis de las series norteamericanas?

Asimismo, la trama ofrece una imagen tan tenebrosa como arquetípica de los gitanos españoles. El que no está en la cárcel por agresión o tráfico caerá en breve. Incluso los que se dedican a oficios encubren actividades ilícitas, sacando la navaja a la mínima. Pero peor, incluso, que ellos, pintan los policías.

Menos mal que sólo es una novela...