a veces la política se revela no ya como una de las más imperfectas de las artes, sino como una ciencia en prenatal desarrollo.

Así, por ejemplo, cuando, como bajo el pasmo de una novedad, recaemos en que la próxima Conferencia de Presidentes autonómicos, convocada por José Luis Rodríguez Zapatero, será la primera en celebrarse a lo largo de los últimos y democráticos cinco lustros. Nunca antes, salvo en las bodas reales, y para tomar canapés, se habían reunido los máximos responsables territoriales del Estado. ¿Por qué?

Fundamentalmente porque ninguno de los sucesivos titulares del Gobierno central creyó especialmente en las potencialidades de nuestro sistema político, o bien porque temieron que de un excesivo protagonismo de los gobiernos periféricos pudiera derivarse una cierta aluminosis en el edificio de la nación. El hecho es que ni Suárez, ni Calvo Sotelo, ni Felipe ni Aznar sentaron nunca a su vera, todos juntos, a los diecisiete próceres regionales. Para currar, quiero decir.

Cumpliendo lo prometido en su programa electoral, Zapatero ha venido a subsanar esa larga e inexplicable omisión. Y, a fin de endulzar a la cumbre, ha encomendado a su ministro de Administraciones Públicas, Jordi Sevilla, que vaya golosineando con los consejeros a fin de hornear un pasteleo en orden (del día). José Angel Biel, vicepresidente de la DGA, fue el delegado aragonés en esta preparatoria reunión de cocineros mayores .

Por lo que sabemos, Aragón planteará en la Conferencia de Presidentes, a celebrar en noviembre, un ramillete de temas de interés general y particular: la financiación autonómica, en cuya actual filosofía Marcelino Iglesias intentará incluir modificaciones beneficiosas para nuestra comunidad; la profundización en las competencias estaturias, apurando al límite sus campos de gestión; las peculiaridades del territorio aragonés, mal comunicado con la frontera francesa y con las comunidades del norte de España; y, en la línea de otros líderes autonómicos --y del propio Zapatero-- abordar de una vez por todas la reforma de un Senado que no ha evolucionado apenas desde el célebre cuesco de Cela (¿recuerdan aquella figura del senador por designación real?), y cuya patética actividad cameral (la del Senado) más recuerda a un simposio de coros y danzas que a un foro de política territorial.

Siendo muy positiva, en principio, la convocatoria de esta Conferencia de Presidentes, es seguro que deparará aspectos polémicos, en particular cuando toque el turno de reivindicación a las comunidades de País Vasco y Cataluña.

Los vascos mantendrán hasta el final la incógnita de la presencia de Ibarretxe, que quizá asista como simple oyente, pondrán encima de la mesa la libre asociación al Estado español; también, entre otras medidas inaceptables para PSOE y PP, un poder judicial propio. Los catalanes, por su parte, con Maragall a la cabeza, apostarán, si su estrategia no cambia, por el reconocimiento de Cataluña como nación soberana...

Así que tendremos un noviembre caliente.

*Escritor y periodista