Puedo llegar a entender --apurando mucho la capacidad de entender- que la ministra de Defensa asista a un acto religioso en el que interviene un destacamento del Ejército de Tierra. No debería ser así, porque una parte de la administración del Estado no debería intervenir nunca en un acto así, pero, mira.

En esta extrema comprensión también incluyo al ministro del Interior, que tiene responsabilidad sobre cuerpos armados. Pero, ¿el de Justicia? ¿El de Cultura? Van a la procesión del Cristo de la Buena Muerte y cantan, además, el himno de la Legión. ¿No podía ir a escuchar -no digo cantar, porque eso son palabras mayores- la Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, o el Stabat Mater, o algún concierto de gregoriano? No. Cantó, como ministro de Cultura (y todos los demás también) El novio de la muerte.

A ver. Esta canción -que nació en un cabaret, cantada por Lola Montes- es una tontería colosal. Más allá del arrebato patriótico con que se canta, narra la historia de un chico al que parece que se le ha muerto la novia y entonces decide ir con otra mujer, una novia nueva: nada menos que la Muerte.

Lo dice en una carta (reclama un lugar en el cielo para ir a buscar la difunta) que encuentran sus compañeros cuando él «riega con su sangre la tierra ardiente».

Vaya, es la carta de un suicida. Esto canta con entusiasmo el ministro de Cultura. Muy bonito, muy acertado, muy pedagógico, señor Méndez de Vigo.

*Escritor