La financiación autonómica no puede ignorar las enormes diferencias de dispersión territorial ni la existencia de desiertos demográficos: en tales casos, la dotación de infraestructuras y la aplicación de recursos resulta siempre mucho más cara y comprometida. Nunca es fácil la vida en un entorno alejado de muchos servicios que los ciudadanos de las grandes urbes tienen al alcance de la mano: para que los habitantes de los pequeños núcleos de población permanezcan en ellos, es preciso algo más que esa voluntad y tenacidad de la que tanto hacemos gala en esta tierra. Se hace imprescindible aportar condiciones y oportunidades capaces de compensar las ineludibles carencias de la vida en el campo. Y fomentar actividades que puedan dinamizar el ámbito rural, como el proyecto de restauración que el INAEM ha concebido para la recuperación del patrimonio en Cantavieja o el taller de empleo "Alfarería y cerámica artesanal" impartido en La Iglesuela del Cid; en Fraga, cinco cafeterías y restaurantes colaboran en un certamen de narrativa oral, que reivindica el cuento como vehículo de comunicación y salvaguarda de tradiciones. Y en otras muchas poblaciones puede constatarse un serio interés por el crecimiento personal e intelectual, que se apoya en la pura necesidad de afirmación y supervivencia. Estas iniciativas, además de combatir el paro, estimulan un turismo cultural en el que Aragón crece por encima de la media nacional y que puede llegar a suponer nuestro mejor motor de futuro. Aragón se mueve. Pero para que tal impulso no se detenga, todos debemos contribuir a ello. La despoblación, además de un lamentable drama humano, implica desequilibrios insostenibles, cáncer del desarrollo.

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