Cuando aún no han cicatrizado las heridas de la crisis económica del 2008, se multiplican los vaticinios acerca de una nueva sacudida, provocada a la vez por las políticas proteccionistas del presidente de Estados Unidos, Donald Trump, la debilidad puesta de manifiesto por algunas economías emergentes -Brasil, Argentina, Turquía y alguna otra-, la consolidación de una enorme bolsa de deuda pública y privada y el brexit, de efectos impredecibles. Frente a los escépticos que tachan de alarmistas los pronósticos, gana terreno la opinión de quienes creen que el recalentamiento de la economía de EEUU presagia a medio plazo una recesión o desaceleración del crecimiento de las economías de referencia.

El proteccionismo del presidente Trump, que encarece las importaciones, unido al dinamismo del mercado interior estadounidense y el programa de la Reserva Federal de encarecimiento del dinero, presagian un futuro en el que es posible que se desencadene la tormenta perfecta, probablemente a escala mundial. Los efectos del brexit, sumados a los deberes por hacer en la eurozona para garantizar la cohesión de la moneda, y el desafío a la sensatez que suponen políticas económicas como la diseñada por el Gobierno italiano, con un proyecto de presupuestos que alarma a los tecnócratas de Bruselas, abundan en la sensación de que asoman en el horizonte nubarrones de tormenta cuando los más optimistas confiaban en que se multiplicasen los brotes verdes.

Al mismo tiempo, el debilitamiento de los amortiguadores sociales durante la salida parcial de la última crisis hace temer que otro ciclo recesivo desencadene daños colaterales de gran calado en los segmentos de población más vulnerables, aquellos muy castigados por el terremoto financiero del 2008. Este es el caso de España, con un mercado laboral caracterizado por la precariedad, una bolsa de parados de larga duración que tiende a convertirse en un problema crónico, un decrecimiento de la deuda poco menos que simbólico y una reorganización del entramado financiero que está bastante lejos de haber concluido. Datos todos ellos que llevan a pensar que, de soplar de nuevo vientos de crisis, la capacidad de resistencia de la economía española sería muy limitada a pesar del crecimiento sostenido del PIB estos últimos años, un dato encubridor de problemas estructurales por resolver.