Una de las principales causas que ha llevado a la mayoría de españoles a desconfiar y desafectar (desvincular un bien común del dominio público) de la clase política, devenida en casta, es la profesionalización de los cargos públicos. Parte de la casta política actual no ha hecho otra cosa, desde su tierna juventud, que vivir a la sombra de su partido. Muchos de esos políticos profesionales comenzaron como meritorios en la juventudes del partido, alcanzaron luego un puesto de concejal, diputado autonómico o provincial, y así han ido pasando de cargo en cargo, siempre a las órdenes del que mandaba en el aparato.

Algunos medraron independientemente de sus capacidades, porque siempre se pusieron a las órdenes del jefe. Treinta años después, sin haber hecho otra cosa que ir de sillón en sillón, siguen aferrados a ellos como lapas. Y, en algunos casos, si en su partido son apartados de las listas, pues se pasan a otro (en Ciudadanos saben mucho de eso), y transitan de la socialdemocracia al liberalismo, o de la derecha a la izquierda con una alegría y una rapidez que ni la velocidad de la luz.

Eso sí, cuando cambian de partido y de ideas en un plis plas, justifican su movimiento de traslación aludiendo a que «se identifican con los valores de su nuevo partido», a «lo a gusto que se sienten en su nuevo destino», etc, etc.

Es mentira, claro; lo único que pretenden estos profesionales de la política, y lamento rebajar el digno término profesional a semejante nivel, es seguir viviendo como han hecho siempre.

Por eso es alentador que aparezcan personas como Raúl Burillo, el inspector de Hacienda que destapó la corrupción en Mallorca y sentó en el banquillo a corruptos como Jaime Matas o Iñaki Urdangarin, y que haya decidido, sin más medios que su trabajo, su profesionalidad y el apoyo de un grupo de ciudadanos y amigos, encabezar una lista al Ayuntamiento de Zaragoza. Raúl Burillo no necesita la política para nada, pero la Política sí necesita a personas como Raúl.

La política debería ser la más hermosa de la ocupaciones, el espacio donde se trabaja para el bien común, para mejorar la sociedad, para hacer crecer la libertad, la igualdad y la justicia.

España, a pesar de tantos problemas como tiene su sociedad, sigue siendo uno de los mejores países del mundo para vivir, y si todos pusiéramos más fe en lo que hacemos, más decencia en la gestión de los bienes públicos, más trabajo y más solidaridad, sería el primero. Mucha gente ya está empeñada en ello. Ánimo, que se puede.

*Escritor e historiador