Hace ya algunos días que los políticos están hablando de la nueva normalidad. Más allá de que se trate de un oxímoron, contradictorio, por tanto, no parece que estemos hablando de normalidad, sino de una nueva realidad, o mejor, una nueva era.

¿Por qué hablar de una nueva era? Esta pancrisis generada por el coronavirus ha supuesto un punto de inflexión. Se trata de un hito histórico que nos adentra en una nueva era. En esencia, una era está marcada por un acontecimiento o un hecho histórico importante para una civilización o una sociedad, y no cabe duda que el coronavirus ha sacudido a todo el planeta, a todos los seres humanos, que, aunque con distinta intensidad, según las circunstancias de cada lugar, no ha dejado insensible a nadie.

Por su importancia, un hito histórico marca un antes y un después, y precisamente nos encontramos ante esto. Quizá en la historia europea el mayor hito ha sido la Revolución Francesa (1789), que produjo un antes y un después, con la aparición de valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad, y con la desaparición del Antiguo Régimen y la aparición de los derechos del ciudadano, ¿realmente los conservamos?

El hito más universal y antiguo es, sin duda, el antes y el después de Cristo, conocido por todos nosotros como a. C., que casualmente coincide con el antes del coronavirus: a. C. Lo mismo le sucede al después de Cristo: d. C., o después del coronavirus: d. C.

Desconozco si la coincidencia de l a C tiene alguna significación para los místicos o los esotéricos, pero lo cierto es que la normalidad, tal como la conocíamos, no volverá a aparecer. No es esta una reflexión agorera, sino más bien optimista, y diré por qué, aun a riesgo de parecer un poco ingenua o naif: si cada crisis trae aparejados cambios, estos van a estar presentes en todas las áreas de la vida: desde las relaciones sociales formales o informales, a los hábitos individuales, e incluso a las normas públicas e internacionales. Cuando decía que quiero ser positiva, hemos de pensar que los seres humanos tenemos una grandísima capacidad de adaptación, y que eso nos va a ayudar a superar el cambio de era. El paso de una era a otra no es un hecho voluntario, ni deseado a veces, pero hemos de presuponer que la humanidad sigue progresando y avanzando; superando hitos y eras con una cierta inteligencia social, que en muchas ocasiones deberá pasar por una inteligencia emocional, que es precisamente lo que este cambio social nos va a obligar a adoptar. Soy optimista porque no es este el peor tránsito por el que la humanidad ha tenido que pasar, o que superar, y en cada uno de ellos ha sido capaz de aprender cosas y de incorporarlas a la nueva era.

Si uno es capaz de valorar lo que tenía y está dispuesto a aceptar algunas modificaciones con inteligencia (individual, social y/o emocional) no estará perdido a la hora de comenzar un nuevo itinerario vital, tratando de minimizar las pérdidas. Quiero decir que, si en la pancrisis se han perdido cosas, temporal o definitivamente, es casi seguro que también se habrán ganado otras, y habrá incorporado algunos hábitos positivos. De hecho, nos ha aportado aprendizajes. Por ejemplo: lavarse las manos frecuentemente, que era una práctica olvidada, que nos evitará el contagio del próximo coronavirus, y de otras futuras infecciones: físicas o psíquicas.

*Coordinadora en funciones del Grado de Periodismo de la Universidad de Zaragoza