La última cumbre del G-20, celebrada en Buenos Aires este pasado mes de diciembre, mostró discordia y poco contenido. Se trata de la reunión de los líderes de las 20 naciones que suman más del 85% del PIB mundial y del 70% de la población. El mundo está entrando en una nueva era. Estados Unidos ya no es la incontestable potencia hegemónica, mientras China y Rusia ascienden como actores políticos, económicos y militares. Surgen nuevos bloques regionales económicos. El desafío cada vez es mayor.

La ONU se fundó en 1945 para reemplazar a la ineficaz Liga de las Naciones, que no había podido evitar la guerra mundial. Pero, en cuanto se estableció, EEUU y sus aliados se alzaron para dominar la agenda global. Y el tiempo ha demostrado que la ONU actual sirve a los intereses de los cinco miembros permanentes, que no se comprometen con la organización si esta no cumple con sus expectativas.

En estas décadas, el mundo ha hecho grandes progresos, avances médicos, científicos, sociales y tecnológicos. La cuarta revolución industrial liderada por la tecnología que duplicó sus capacidades y superó las fantasías más imaginativas. Sin embargo, este mismo mundo también está lleno de corrupción, avaricia y nuevas guerras. De pobres, refugiados y desplazados que huyen de sus hogares. Se amenaza la seguridad global, la de los bancos, de las elecciones. Hay una crisis de identidad, resurge el populismo hostil al pluralismo y la diversidad, se reconstruyen muros...

Este nuevo mundo es caótico, y los desafíos superan a los estados. El poder es más difuso y las relaciones internacionales se están volviendo impredecibles. El aumento de políticas proteccionistas y sentimientos nacionalistas choca con la realidad. La globalización no se puede detener, pero debe ser más inclusiva, sostenible y debería crear trabajo. Los planes estratégicos deben reconfigurarse. Es preciso que haya claridad de visión, agilidad y pragmatismo.

La comunidad internacional se enfrenta a complejos retos como la defensa de los derechos humanos, las guerras comerciales o el cambio climático que a su vez contribuyen a los crecientes niveles de migración y sus consecuencias. Sin embargo, no aparece ningún tipo de consenso mundial. Algunos de estos problemas están interconectados y no pueden ser rescatados a través de soluciones provisionales.

La ONU estaba destinada a mantener el respeto a la ley, la paz y la seguridad global. Pero el mal uso del veto, no rendir cuentas y el desequilibrio estructural han reducido su papel. La ONU de hoy refleja la impotencia para abordar realmente problemas acuciantes. El orden conocido desde la Segunda Guerra Mundial termina, y algo nuevo está en vías de conformarse.

No puede haber esperanza para la ONU si sigue operando en función de supuestos erróneos y no debería ser precisa otra guerra global para que se reforme. Es necesario un nuevo orden internacional basado en nuevas reglas, capaz de lidiar con los cambios y de responder a los problemas globales con soluciones globales.

*Experto en economía y relaciones internacionales