Como cada año, en enero, pensamos que las cosas deben cambiar, que van a cambiar; renovamos así un rito cíclico que nos impulsa a trazar planes y, al menos durante unos días, a creer en ellos. La esperanza de que se cumplan es tanto más firme y perdurable si los proyectos se afianzan sobre una base sólida, la de una trayectoria que ya apuntaba alto en esa etapa anterior que artificialmente hemos cerrado el 31 de diciembre.

Y es que la cultura en nuestra comunidad camina con buen pie hacia un mejor futuro. Durante el pasado año hemos visto cómo se abrían las puertas de los museos a una nueva relación con el público, que ha dejado de ser un mero y pasivo invitado; hemos asistido a la transformación del IAACC Pablo Serrano hasta convertirse en el epicentro cultural de Aragón, eje de múltiples iniciativas de muy diversa índole y donde tampoco faltan espacios de ocio y recreación, como esa maravillosa terraza escenario de los recitales poéticos Parnaso. También en el Pablo Serrano se asentará la futura Compañía Aragonesa de Danza, fruto de la integración de ArkeDanza, dirigida por Miguel Angel Berna, y LaMov, de Víctor Jiménez, feliz colaboración que ya se ha plasmado en un ciclo de iniciación a la danza dirigido al alumnado de Secundaria. Mas, por encima del nuevo papel de los espacios culturales y de su aproximación al día a día que se vive en la calle, brilla en la agenda de Nacho Escuín, Director General de Cultura de la DGA, la idea de vincular a todos los creadores, eternos convidados de piedra en la mesa de la cultura, a un plan estratégico en el que puedan desarrollar su labor sin dependencia de las migajas que hasta ahora recibían, pues solo las jóvenes promesas parecían ser objeto del apoyo institucional.