La discrepancia enriquece cuando no colapsa. Y esto último es precisamente lo que ha ocurrido en los últimos meses en el equipo de gobierno del Ayuntamiento de Zaragoza. En junio del 2003, al echar a andar la nueva corporación, la principal duda del cambio político municipal era la marcha del pacto PSOE-CHA, después de las reticencias iniciales de la formación nacionalista, que ni siquiera apoyó a Juan Alberto Belloch en la investidura. Pero casi un año después la relación entre los socios es fluida, normal y muy positiva para la ciudad, todo lo contrario que la situación de crisis por la que atraviesa el equipo socialista, claramente fraccionado, disperso y despistado.

Las peleas internas, felizmente desterradas durante los últimos años en el PSOE aragonés con la llegada al poder de Marcelino Iglesias, han aflorado con toda crudeza y amenazan con colapsar la gestión municipal, si no lo han hecho ya. Durante los últimos meses, y especialmente tras la decisión unilateral del alcalde de incorporar al catedrático de Economía Alberto Lafuente como pieza clave de la Hacienda municipal en detrimento de la concejal Carmen Dueso, el enconamiento ha llegado a un extremo insostenible. La remodelación iniciada por Belloch durante esta Semana Santa al margen de la dirección del partido, encarnada en el grupo municipal en la figura de Carlos Pérez Anadón, no deja de ser una segunda batalla de una guerra que no parece todavía finalizada.

Desde la cúpula del PSOE la interpretación es clara: Belloch se ha saltado los acuerdos con Pérez Anadón para resarcirse de su debilidad orgánica, patente en la elaboración de las listas electorales a los recientes comicios del 14-M. Desde Alcaldía, la explicación es bien distinta: el alcalde ha respetado los pactos y sólo adecúa su equipo al detectarse problemas de gestión, para lo que se pone en marcha una reestructuración que también adapta la realidad de la corporación zaragozana a la nueva Ley de Grandes Ciudades.

Además de la información publicada, durante las últimas horas ha llegado a la redacción de los medios de comunicación una panoplia de cotilleos, maledicencias, flitraciones, intoxicaciones e informaciones interesadas emanadas de entornos socialistas que persiguen el desgaste del rival sin que ninguna fuente quiera asumir como propias públicamente y que muestran a las claras la profundidad de las heridas. Por pura responsabilidad, es preferible obviarlas, reclamar sosiego e intentar hacer un análisis a explicar por qué se aprecia tanta crispación y qué consecuencias acarrea para la gestión municipal.

A estas alturas del 2004, cabe afirmar con rotundidad que la afección al normal funcionamiento municipal es ya evidente. Con un alcalde que, legítimamente, ha decidido que su papel debe ser el de marcar la orientación política de los grandes asuntos y no descender a la gestión diaria, la necesidad de un equipo fuerte es evidente. Y si Belloch ocupa, por establecer un paralelismo con el mundo de la empresa, el puesto de presidente del consejo de administración, lo lógico sería que Pérez --o quien fuera-- se arrogara el papel del consejero delegado. Esto fue así hasta enero, cuando el alcalde dio por roto el documento político para Zaragoza que establecía un equilibrio de fuerzas dentro del equipo de gobierno. Pero, ¿quién hace ahora de consejero delegado?

La intención del alcalde es que siga haciéndolo Pérez Anadón, pero hoy por hoy, este papel se antoja complicado. Aunque Belloch insista en que no ha habido crisis y en que el PSOE le arropa en los cambios propuestos, lo cierto es que el malestar y la tensión son evidentes. En amplios sectores del partido se cree que la desestabilización del equilibrio municipal cuando en el PSOE federal se está negociando el papel de Aragón ante el nuevo Gobierno central ha perjudicado notablemente a Marcelino Iglesias. Y el presidente, que es un hombre templado y contenido, siempre toma nota.

Recomponer la situación es importantísimo. Además de la candidatura de la Expo, el Ayuntamiento de Zaragoza tiene retos básicos que sólo serán factibles desde la cohesión, al menos, del equipo de gobierno. Las comparaciones son odiosas, pero Antonio Gaspar, como teniente de alcalde de Urbanismo, ha demostrado en los últimos meses que pese a la crisis económica municipal y a encontrarse aún en fase de rodaje se pueden desatascar proyectos. La relación causa-efecto de la crispación socialista con el pobre bagaje de la gestión municipal encuentra un contraste palpable en el caso de concejalías ajenas a las guerras de partido.

Llegados a este punto, y en un ayuntamiento colapsado de tenientes de alcalde, con sus consiguientes prerrogativas, urge que las aguas vuelvan a su cauce y se recupere el pulso de la gestión. La implicación y las ganas de hacer cosas no las da el cargo, sino el compromiso con el ciudadano, incluso con uno mismo. Una ciudad en plena transformación --siguen pendientes aspectos tan importantes como el desarrollo del convenio del AVE, por citar un ejemplo--, no puede pararse por peleas de poder.

jarmengol@aragon.elperiodico.com