Europa salió de los tiempos de tinieblas del Medievo gracias al Humanismo del Renacimiento. Fue entonces cuando, recuperando los valores de la cultura clásica, este movimiento filosófico, intelectual y cultural, reemplazó la visión teocéntrica imperante por el antropocentrismo, esto es, por dar valor y significado al ser humano como medida de todas las cosas, a la vez que impulsaba una moralidad altruista y un anhelo de construir un mundo más justo para el conjunto de la humanidad: ahí están, por ejemplo, las ideas de pensadores como Tomás Moro y su célebre Utopía, obra en la cual plasma el sueño de una sociedad ideal, justa y solidaria.

Este espíritu humanista, símbolo de modernidad, ha formado parte de la identidad de la cultura europea durante cinco siglos y ha servido también para conformar los valores esenciales de la actual Unión Europea, tal y como recordaba el filósofo holandés Rob Riemen, articulando así un modelo sociedad progresista y solidaria que ha sido capaz de superar la herencia de los dramáticos conflictos armados que, en tiempos pasados, ensangrentaron al continente europeo.

No obstante, hoy en día parece que este humanismo, que representa lo mejor de los valores que dignifican al ser humano, está siendo ignorado, incluso atacado desde distintos ámbitos, aludiendo a él de forma despectiva como un ingenuo «buenismo», tal y como se ha puesto de manifiesto en temas tan candentes como la reciente crisis migratoria y la actitud de acogida hacia las personas que llegan a nuestra Europa soñando con construir un futuro mejor alejado de guerras y de miserias. Estos ataques a los valores humanistas provienen tanto de los emergentes movimientos xenófobos, racistas o abiertamente fascistas, como de un rampante y deshumanizado neoliberalismo adorador del «Dios Dinero», todo lo cual ofrece un panorama preocupante y peligroso, por lo que representan y por el riesgo futuro que tras ellos se intuye. Y es que en estos tiempos los valores humanistas, como señalaba Jorge Riechmann, se hallan «aplastados bajo la avalancha de la basura mediática, el consumismo nihilista y la degeneración de la democracia».

Pese a estas amenazas, los valores del Humanismo siguen vivos, afortunadamente, en estos tiempos de crisis e incertidumbres, como lo ponen de manifiesto la labor de multitud de oenegés que, inspiradas en el espíritu de solidaridad, justicia y acogida, intentan paliar infinidad de dramas sociales y personales. Es por ello que se habla de la existencia de un Poshumanismo y éste toma diversas formas tal y como señalaba Rosi Braidotti, pues todas ellas parten de «tradiciones emancipatorias», entre las que cita el antifascismo, los humanismos socialistas, el feminismo, el pensamiento descolonial y los ambientalismos.

En este contexto, es donde hay que situar la importancia creciente del Humanismo ecológico, aquel que ve el mundo no como un lugar de saqueo y expolio, sino como un lugar que debemos preservar y en consecuencia, el ser humano deja de ser un dominador del medio ambiente, sino su guardián y celoso administrador para preservarlo para las generaciones futuras. Y dentro del mismo, se hallaría también el Ecosocialismo y el Ecofeminismo, concepto en el cual se englobaría, como señala Carmen Magallón, «la tríada devaluada por la historia», esto es, la defensa de las mujeres, a la naturaleza y a la paz, cuyos valores reivindica. Ya lo decía Francia Márquez, líder de los derechos medioambientales en Colombia frente a los abusos y destrozos y efectos devastadores de las industrias mineras sobre el medio ambiente en su país al señalar que «somos parte de la naturaleza, no sus dueños». Son en estos planteamientos, radicalmente distintos a los de la política dominante, donde la conciencia femenina aporta una visión alternativa, necesaria y progresista, al igual que ocurre con el Feminismo pacifista desde que se fundase en 1915, en pleno fragor de la I Guerra Mundial, la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad.

Por todo ello, más que nunca resulta necesario reivindicar un nuevo Humanismo, en sus diversas facetas, que haga frente a los principales retos que amenazan a la Humanidad. En esta línea, el teólogo José Ignacio González Faus manifestaba que «una forma de trabajar por la justicia, además de incorporar el feminismo y la ecología a este nuevo Humanismo, sería también «la lucha contra el desafuero del consumismo». En consecuencia, necesitamos, como apuntaba Roy Scranton, «formas nuevas de pensar sobre nuestra existencia colectiva». H *Fundación Bernardo Aladrén