Zaragoza, aunque a veces cueste creerlo, cuenta con un plan estratégico. El actual fue aprobado por unanimidad en 1998 por agentes sociales, económicos e institucionales representados en Ebrópolis, asociación sin ánimo de lucro nacida hace diez años bajo los auspicios del ayuntamiento y que sigue creciendo en número de socios. La realidad cambiante de los últimos cinco años ha invitado a sus responsables a revisar el documento cuando, desgraciadamente, aún no se ha cumplido la mayoría de los objetivos marcados en principio.

Que Zaragoza tenga un plan estratégico no es un asunto baladí. Las ciudades se configuran como espacios dinámicos sobre los que interactúan todo tipo de colectivos, empresas y administraciones. De ahí que sea imprescindible un trabajo de identificación de problemas y de prospección de oportunidades para caminar hacia el futuro. Cuando en 1998 se aprobó el primer plan, la situación de la ciudad era bien distinta: el fenómeno de la inmigración no había hecho más que comenzar, la apuesta logística de Zaragoza era una simple aspiración y ni por asomo imaginábamos que en el 2004 nos veríamos inmersos en la carrera internacional para conseguir la Exposición Internacional reconocida del 2008.

A estos tres factores, cabe unir otros no menores, como el encarecimiento exponencial de la vivienda o los mayores problemas de movilidad urbana. Sin olvidar cuestiones de ámbito superior que también afectan a la ciudad, como la ampliación de la Unión Europea en un mundo cada vez más globalizado gracias a las nuevas tecnologías de la información y a la mejora de los sistemas de producción. En este contexto, revisar nuestro plan estratégico es clave para no perder el tren del progreso en un entorno cada vez más competitivo y donde las ciudades medias como Zaragoza tienen mucho que ganar... o que perder.

En el contexto de la actualización del plan, profesores, sindicalistas, empresarios, representantes institucionales y expertos de todo tipo cruzan sus ideas y lanzan sus proclamas en un ciclo de conferencias cuya consulta es altamente recomendable (www.ebropolis.es) y que, curiosamente, tienen un hilo conductor. Además de las infraestructuras, del impulso a los sectores estratégicos, de la atención social y cultural en un espacio cada vez más multiforme, de la formación, del desarrollo sostenible, el gran valor de Zaragoza debe ser el factor humano. En este extremo es donde existe mayor acuerdo. Y curiosamente, muchas de las ponencias ponen en evidencia que en la ciudad coexisten dos factores cada vez más acentuados sobre los que conviene no perder de vista algunos riesgos: la inmigración y la fuga de cerebros .

Ante la primera cuestión, las alarmas se dirigen hacia la exclusión social, entendida como un fenómeno complejo en el que se unen la falta de oportunidades económicas, personales, sociales y políticas. Tras un discurso políticamente correcto de integración y pese a los esfuerzos de la Administración --afortunadamente cuando un extranjero pide una tarjeta sanitaria o una plaza escolar no se le exige más que un domicilio--, se esconde una realidad mucho más dura que nos demuestra que aún queda mucho camino por recorrer. Y en el otro extremo encontramos a los jóvenes altamente cualificados y con gran potencialidad que deben salir fuera al ser incapaz el tejido económico aragonés de absorberlos cuando acaban su periodo de formación.

El capital humano que representan estos dos colectivos es absolutamente imprescindible. Las nuevas iniciativas, públicas o privadas, que pueden dar a Zaragoza mayor proyección necesitan de ambos. Como ha quedado reflejado en los debates de Ebrópolis, hoy sería imposible que algunos negocios siguieran funcionando de no ser por la llegada de mano de obra extranjera, del mismo modo que no podría apostarse por las empresas de consultoría, ingeniería o servicios avanzados sin la existencia de una universidad potente o de unos centros de investigación como los que afortunadamente alberga la capital aragonesa. Si nos dirigimos hacia una sociedad de servicios, ambos colectivos son imprescindibles.

Y si el gran valor de Zaragoza es el factor humano, el gran reto es la ordenación de un ámbito metropolitano cada vez más amplio, donde el transporte es un problema crucial. No tiene ya sentido pensar en Zaragoza y en los pueblos de su entorno como dos realidades distintas, cuando todos sabemos que estar cerca o lejos no depende tanto de la distancia que nos separe del punto de destino sino del tiempo que empleemos para cubrirla. Cuanto antes seamos capaces de crear un consorcio metropolitano del transporte, antes visualizaremos el gran objetivo de entender Zaragoza y su perímetro urbano como un todo. Si son los pueblos del entorno, y no la capital, los que tienen derecho a ayudas por incentivos regionales, será lógico que las empresas se instalen en ellos, y que los ayuntamientos acomoden sus normas urbanísticas para permitir la expansión de los barrios residenciales de aquellos trabajadores que quieran vivir cerca de su puesto de trabajo y que la propia locura del mercado inmobiliario envíe fuera de la ciudad consolidada. Pero esta evidencia chocará de bruces con una realidad muy triste si las administraciones no son capaces de articular un sistema de transporte público intermodal capaz de asumir los nuevos flujos.

Hay otras muchas cuestiones que abordar en la actualización de nuestro plan estratégico, y todas necesarias. Pero el factor humano y la movilidad en un contexto metropolitana son dos aspectos que, por lo visto en las ponencias de Ebrópolis, deberían ocupar mayores esfuerzos.

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