Tras su éxito electoral, Recep Tayyip Erdogan es ya el nuevo sultán de una Turquía que lo ha aupado con su voto en todas las elecciones desde el 2002. La tendencia al autoritarismo manifestada últimamente por el hasta ahora primer ministro no preocupa a los turcos. Ni siquiera las masivas protestas de jóvenes del pasado verano han incidido en los resultados. A diferencia de lo que ha ocurrido con la oposición, Erdogan ha podido contar con todo el aparato del Estado para su campaña electoral, pero ello por sí solo no explica su éxito.

Si Kemal Atatürk fue el padre de la patria que occidentalizó un país atrasado y lo dejó en manos de unas élites que lo gobernaron durante ocho décadas, el futuro presidente ha dado un papel protagonista a unas clases medias que habían sido ignoradas y en las que conservadurismo y religiosidad se confunden. La derrota de la oposición laica no solo se ha contado en las urnas. Ya antes de la votación, aquella secularización que dominó la política turca perdió su alma al ser arrastrada por la islamización. La sociedad más laica siempre denunciaba la agenda oculta de Erdogan. Ahora ya está a la vista.