Tras un duro pulso interno, este pasado fin de semana se ha consumado la sucesión de Xabier Arzalluz al frente del PNV. La victoria de Josu Jon Imaz sobre el delfín de Arzalluz, Joseba Egibar, ha permitido que se empiecen a escuchar, en lugar de exabruptos o sofismas, palabras de solidaridad y respeto: con las personas amenazadas por ETA, sin cuya libertad, según Imaz, "no hay patria libre", y hacia los vascos que no comparten la visión nacionalista, sin cuya participación es imposible crear una "nación vasca cívica".
El cambio de mensaje es llamativo y esperanzador. Pero Imaz también aboga porque la voluntad de los vascos sea "la única fuente jurídica de su estatus político". Es la esencia del plan Ibarretxe: el principio de la autodeterminación, tan legítimamente defendible como incompatible con la actual Constitución e inviable por la sensibilidad política que impera en España. Al asumir Imaz este proyecto como guía de actuación, no dibuja un horizonte distinto al actual callejón sin salida. Aunque llegado el momento, tendrá el presidente del PNV la ocasión de poner a prueba su talante y sus planteamientos pactistas para reconducir al plano negociable el planteamiento de máximos de Ibarretxe.
