La cumbre de la OTAN celebrada en Cardiff ha terminado con lo que parece una buena noticia con epicentro en un lugar tan lejos de Gales como es Minsk (Bielorrusia) y que ha desactivado, al menos temporalmente, uno de los dos grandes desafíos que la Alianza Atlántica tiene planteados: la crisis de Ucrania. Todas las precauciones y cautelas son pocas, porque Vladimir Putin ha demostrado en innumerables ocasiones su desprecio por acuerdos pactados, pero el alto el fuego firmado por el Gobierno de Kiev y los rebeldes prorrusos, con el que se debería poner fin a casi cinco meses de una guerra en la que han perdido la vida 2.600 personas, parece una señal positiva. Ahora debe materializarse y abrirse el camino a una negociación.

Este alto el fuego no altera la posición adoptada por la OTAN de crear una fuerza de intervención rápida frente al expansionismo ruso, en defensa de aquellos países miembros de la Alianza que por su proximidad a Rusia se sienten amenazados, ni tampoco otras medidas estudiadas en Cardiff, pero tampoco se ha buscado una posición de máxima dureza que ahora sería contraproducente. Por ejemplo, la OTAN no se compromete a admitir a Ucrania como miembro aunque deja la puerta abierta.

CONTRA EL YIHADISMO

Sobre la otra gran cuestión que ha dominado la cumbre, el yihadismo del Estado Islámico (EI), Barack Obama ha tenido la respuesta favorable de varios países a la creación de una coalición internacional que recuerda mucho la organizada por George Bush a principios de los 90 para liberar Kuwait de la invasión de Sadam Husein. Esta coalición necesita varias condiciones, y algunas son difíciles de alcanzar. Para empezar, un Gobierno estable, no sectario y eficaz en Irak. Pero también el aval de las Naciones Unidas, así como la implicación de potencias regionales, es decir, de países musulmanes, porque las principales víctimas del yihadismo son precisamente los propios seguidores del islam. Y --lo más difícil, porque debería ser innegociable-- la no participación del dirigente sirio Bashar el Asad.

Tras su salida de Afganistán, la Alianza debe desarrollar una nueva estrategia ante los nuevos retos, no solo medidas específicas para atajar situaciones concretas como el caso de Ucrania o el desafío del EI. Y no parece que de la ciudad galesa haya salido un plan de largo alcance.