Me quedo con dos datos aportados últimamente por el Instituto Nacional de Estadística. Que ya somos más de 43 millones y que el número de hogares crece con mayor rapidez que la población. ¿Qué significa esto? Pues lo que ya sabíamos: que los hogares están compuestos cada vez por menos personas. Nuestra realidad social cambia vertiginosamente, afectando no tan sólo a nuestras modas culturales o normas económicas, sino, sobre todo, a nuestra célula social: la familia. El más trascendente cambio del siglo se está produciendo bajo nuestros pies. Cambia el concepto de familia, de convivencia y de hogar, modificando fuertemente los hábitos de consumo de nuestra sociedad.

Se celebran al año en España algo más de 200.000 matrimonios (civiles y religiosos). Sin embargo, los divorcios y separaciones legales se han incrementado de forma ininterrumpida desde su legalización en 1981 --con algo menos de 20.000 sentencias-- hasta las más de 100.000 anuales de la actualidad. Se separan o divorcian la mitad de las parejas que se casan. Y eso sin contar en esta estadística el importantísimo número de parejas de hecho que se crean o que se deshacen.

El número de matrimonios probablemente disminuirá en el futuro, no sólo por los nuevos hábitos sociales, sino por la lógica matemática de la fuerte caída de la natalidad desde 1976. Mantenemos 5,2 matrimonios anuales por 1.000 habitantes, ligeramente superior a los 5,1 de media europea. Sin embargo, nuestra tasa de divorcios es del orden del 1 por 1.000, sensiblemente inferior a la media europea, 1,8. Cada vez existirá un mayor porcentaje de personas que vivirán solas, por separación, soltería o viudez. Estamos experimentando un fuerte incremento en las familias monoparentales, que ya son más de 300.000 en nuestro país, una cifra relativamente inferior a la europea, pero al alza. El número de personas por familia descenderá y el problema soledad aparecerá en la sociedad española del futuro. La mujer continuará incorporándose al mercado del trabajo, con los consiguientes cambios en las tareas domésticas.

A TITULO simplemente enumerativo y sin ánimo exhaustivo, recogeré algunas posibles repercusiones en hábitos y consumos.

La vivienda disminuirá su superficie media útil, por el doble motivo del encarecimiento y del menor número de personas por unidad familiar. Se incrementará la necesidad de vivienda con respecto a la población total, independientemente del fenómeno en auge de la segunda residencia.

La unidad familiar será cada día más consumidora de servicios externos, al trabajar todos sus miembros adultos fuera del hogar. Alimentos precocinados, servicio doméstico, guarderías, seguros médicos y multiasistencia sustituirán los servicios que hasta ahora prestaban de manera gratuita las amas de casa. La imparable incorporación de la mujer al mercado de trabajo determinará el consumo creciente de platos precocinados. Así, mientras bajan de forma sensible los consumos per cápita de azúcar, legumbres, arroz, margarinas y huevos, por citar tan sólo algunos alimentos básicos, el consumo de alimentos precocinados se incrementa en un 188% en los últimos 10 años. Desciende el consumo de frutas frescas por habitante en un 14%, mientras que se incrementa el consumo de zumos en un 158%. Los derivados industriales de la fruta, como yogures o pastelerías, también tienen un importante incremento.

Las personas mayores vivirán más solas en sus hogares, por lo que tendremos que realizar una importante inversión para organizar una estructura de atención domiciliaria, centros de día, teleasistencia y residencias de asistidos para satisfacer la creciente demanda de atención de nuestros mayores. Será un importante sector de crecimiento y de generación de empleo. La previsible soledad de los hogares hará que se incremente el consumo de productos y servicios de ocio y de medios de telecomunicación.

La sociedad, crecientemente urbana, demandará naturaleza. Y la consumirá de forma directa, a través de turismo rural o natural, o indirecta, incorporándola a sus hábitos alimenticios y de salud. Así, el consumo de productos ecológicos, o de los que evoquen naturaleza, irá en incremento.

No sólo los cambios familiares modifican nuestro consumo alimenticio, también influyen los hábitos de compras. Así, una parte significativa de la clase urbana realiza sus compras un día a la semana en un centro comercial, acumulando comida para varios días. Eso ha determinado que la leche pasteurizada haya descendido en un 83%, mientras que sube la leche conservada en tetrabrik, fácilmente almacenable y conservable por un mayor periodo de tiempo. También en la leche crecen los derivados (un 92%) más que el consumo del alimento básico. El del queso aumenta un 12%. A las carnes les ocurre algo similar. El consumo de carne fresca disminuye, mientras se incrementan el 11% los productos cárnicos elaborados, como embutidos y preparados.

Los hogares compuestos por extranjeros se incrementan con rapidez. Los inmigrantes ya suponen más del 6% de la población española, y continuarán creciendo hasta alcanzar, al menos, la media europea del 9%-10%. Esto significa mayor demanda de vivienda económica, y consumo de una novedosa variedad de alimentos, en función de sus hábitos tradicionales.

El consumo navideño era antes más doméstico: se compraban los alimentos en las tiendas de ultramarinos. Parte de este consumo se está derivando a la hostelería. Se sale más a la calle para las celebraciones, debido al tamaño de las casas y a la escasez de tiempo dedicado a la elaboración de las comidas.

Nuevos hogares, nueva sociedad, nuevos hábitos de consumo. ¡Feliz Navidad!

*Exministro de Trabajo y escritor.