El problema entre Pedro Sánchez y Pablo Iglesias es que no se fían uno de otro. Ideológicamente, además, tienen poco que ver, siendo suave, socialdemócrata, la izquierda socialista, y abrupta y disolvente la podemista. Pero la distancia entre ellos, más que corporativa, intelectual o generacional, sigue siendo personal e íntima. No son amigos, socios ni cómplices, no se han invitado a sus casas, no han abierto sus corazones. Siguen siendo, años después, dos extraños que intentan hablar de planes en común, pero sin fiarse mutuamente, y así no hay modo de llegar a acuerdos, de cerrar gobiernos, de abrir la página de la historia.

Una tensión parecida en el amor odio hará vivir a su protagonista Susana Rodríguez Lezaún en su nueva novela, Una bala con mi nombre (HarperCollins).

La protagonista, Zoe Bennett, experta curadora de obras de arte y comisaria en un museo en Boston, sentirá la proximidad, primero, y la atracción, en seguida, de un hombre joven, atractivo, que intentará seducirla.

Se llama Noah, pero Zoe apenas sabrá nada más de él cuando le deja acercarse a su vida y a su piel, momento en el que a su alrededor comenzarán a suceder cosas extrañas. Por una parte, Zoe, en su soledad de mujer divorciada, de cuarenta años, plenamente dispuesta a vivir una nueva historia de amor, se sentirá impelida a no romper con Noah y cohabitar con él; por otro, algunos detalles y amigos suyos le inspirarán una desconfianza que pronto comprobaremos, como lectores, estaba bien fundada.

Ese extraño que es Noah propondrá a Zoe un plan relacionado con el museo en el que trabaja. Y no para mejorar su programación, precisamente, sino para encontrar un destino bien diferente a sus fondos. En esa tensión, en esa duda, Una bala con mi nombre se lanzará por las laderas del trhiller para invitarnos a disfrutar con una buena trama, clásica, trepidante, de novela negra, con sus bien combinados ingredientes de atracos, persecuciones y tiros.

Una historia intensa entre extraños que se atraen y repelen, que sueñan con amarse en las zonas prohibidas de la razón, pero que desconfían uno de otro.

Como nuestros políticos.