Dentro de pocos días se cumplirá el aniversario del fallecimiento de José Luis Hidalgo, que murió el 3 de febrero de 1947, a los veintisiete años. Un muchacho oscuro y poco recordado que descubrí hace dos lustros en una brillante primavera sevillana durante una conversación con José María Pérez Collados y José María Conget.

Maestro de escuela, relacionado con la revista Proel de Santander, con el grupo de la poesía existencial española de posguerra y la denominada Quinta del 42, amigo de José Hierro, que fue apoyo y mentor para él , su temprana desaparición hizo que casi todas sus publicaciones fueran póstumas. Lo más recordado es su libro Los muertos. Resulta impresionante y desolador que un hombre tan joven dialogue insistentemente con una muerte que demasiado pronto iba a ser su compañera. Falleció de neumonía en un febrero gris de la posguerra. También su vida estuvo estrecha y paradójicamente unida a los muertos desde que en 1938, movilizado por el cuerpo de Ingenieros franquista, comenzó a censar fallecidos en los frentes de Extremadura y Andalucía.

Cuando volví a casa, me hice con las poesías completas que la extinta DVD -una pequeña y sin embargo magnífica editorial con un catálogo interesantísimo a la que la penúltima crisis se llevó por delante- había publicado en el año 2000 con prólogo de Juan Antonio González Fuentes. Allí fui descubriendo sus inquietantes poemas:

Yo sé que existe el mar, tú no lo sabes./ Yo sé que existe el mar, lejos, remoto,/y que la tierra late dulcemente/ bajo mi pie desnudo, si la toco.

Este es también para nosotros un invierno oscuro, aún no ha acabado enero y jamás he esperado marzo con tanta impaciencia. Quizá por ello me viene a la cabeza Hidalgo y un verso de Brasillach: «Je pense à vous ce soir, ô morts de février».