Hay gente que tira de la semana hacia delante, para que se acabe enseguida y llegue la fiesta, y hay gente que querría frenar los días y que no corra todo tanto. Es el sogatira diario, la vivencia diferente del tiempo, el estrés de correr hacia los días de fiesta y la angustia por disfrutar el presente. Depende de cómo se vive o se sufre lo que se está haciendo, el trabajo, lo que sea. A veces ya no es sencillo distinguir entre trabajo y lo otro, descanso, ocio, telezapineo, esquí de fondo, atasco, gorumetismo, comprar... El día de San Valentín exige comprar, por si alguien se había quedado atascado en la parte baja del ciclo de las rebajas y se había olvidado de las obligaciones... Comprar lo que sea, menos tiempo, que está muy caro. El tiempo está tan caro que sólo se puede regalar en momentos muy excepcionales, justo cuando descubrimos brevemente que el tiempo no sirve para nada, caemos en la cuenta y todo se suspende, los relojes, los calendarios, todo ese girar hacia otra cosa. Al fallar algo las bases de la Ilustración ya no está tan claro que esa otra cosa se sitúe delante, más allá de diez minutos, del fin de semana, del próximo puente... Se ha resquebrajado un poco el mito del progreso lineal, indefinido. Ahora están más difusas las metas, hay que buscarlas casi cada día, cada cual ha de rearmar su microutopía, su haz de objetivos más o menos vitales. Y preparar objetivos de reserva. Al tambalearse las metas clásicas, colosales creaciones ante las que resultaba muy difícil oponerse o sobrellevarlas con indiferencia, cada cual ha de proponer cosas, el futuro se despeja y se complica a la vez, no hay recetas simples, no hay consignas universales, ni siquiera para rebatirlas. El mismo capitalismo está en permanente zozobra y revisión, como le corresponde al presente, inestable, contradictorio, difuso. Al fallar los megaesquemas hay que buscarse una gama de objetivos alternativos, aunque sólo sea para que el estrés ambiental pueda reflejarse en algo. Esa puede ser la razón del auge de los pisos como objetivo absoluto, lo que explicaría en parte la burbuja también metafísica, la magnitud del deseo. El absoluto del déficit cero es ansia de eternidad. Sucedáneos cuantificables para suplir a otros absolutos que se han ido pasando de moda. A ver si abren el melón del genoma y se desvela el algoritmo que justifica tantos nervios.

*Periodista y escritor