Si a alguien se le ocurriera, por poner un ejemplo, enseñar el pene en TV en horario diurno, se armaría la de San Quintín. En cambio, es de lo más normal que en cualquier telediario y no importa en que horario, se muestre un cadáver ensangrentado por las balas o los restos de un ser humano despedazado por una bomba. El deber de la prensa es informar, pero resulta obsceno que algo tan íntimo como la muerte, sea mostrado públicamente sin ningún pudor ni respeto. Los cadáveres, como los niños, deberían mostrarse en televisión con el rostro digitalizado para resultar irreconocibles. El colmo de este exhibicionismo del dolor ajeno, lo tuvimos la semana pasada cuando se emitieron las imágenes del pobre muchacho coreano suplicando por su vida. Y después de que el infeliz fuera decapitado, se televisó en directo el patético dolor de su familia al conocer la noticia. Mostrar la cara más cruda de la barbarie, amplifica su onda expansiva. La reiteración de imágenes truculentas nos hace insensibles, y en espiral esto conduce a acciones terroristas cada vez más atroces. Mejor será que sean los periodistas los que tracen su línea, porque el terror no tiene límites.

*Músico y asesor cultural