Ni Einstein, ni Sócrates, ni Descartes, manejaron Internet, ni tampoco Beethoven, Picasso o Fidias. Muchos chicos están obsesionados por Internet, pero lo malo es que empiezan también a estarlo las autoridades educativas, como si este medio se hubiera convertido en un fin en sí mismo. Es conocida la anécdota de Don Miguel de Unamuno que, ante la mención de los pretendidos méritos intelectuales de una persona, comentó que él conocía al tal sujeto y que le parecía tonto. Su interlocutor arguyó como prueba que el tal sabía inglés, a lo que Don Miguel replicó: "Bueno, entonces es tonto en dos idiomas".

El manejo de Internet, que se puede aprender en dos o tres horas, incluso en menos, no garantiza inteligencia, sabiduría, ni voluntad de estudios, como aprender a andar en bicicleta, que cuesta más tiempo, garantiza que se pueda ganar el Tour. Me parece muy bien que los colegios privados anuncien su excelencia pedagógica enumerando los ordenadores que disponen por alumno, pero el ordenador no educa. En realidad, y pese a lo mucho que ha avanzado la tecnología, lo que educa son los padres y un buen profesor, y éste incluso puede enseñar.

A mí, particularmente, me preocupa mucho más la desmotivación de los profesores, su escepticismo y su impotencia para mantener la disciplina en el interior de las clases y en el recinto de la escuela, que el número de ordenadores. Es como si, hace treinta años, hubiéramos supuesto que la libre disposición de máquinas de escribir en las escuelas iba a garantizar una enseñanza más efectiva. Y no es una hipérbole, porque tener al alcance Internet, pero no poseer capacidad de síntesis, potencia de asociación y claridad organizativa, es como si a una persona que lee pronunciando todavía las palabras en voz alta, le dejamos que se sumerja en los fondos de la Biblioteca Nacional. Esperamos que el verano sirva de reflexión antes de que volvamos otra vez a confundir los medios con los fines.

*Escritor y periodista