De auténticas aventuras hay que calificar las peripecias vividas por Ian Urbina a bordo del Bob Barker, uno de los barcos pertenecientes a la organización Sea Shepherd, dedicada a la denuncia de la pesca ilegal en todos los mares y océanos el mundo.

Su fundador, el activista Paul Watson, que también lo fue de Greenpeace, ha conseguido organizar una pequeña pero eficaz flotilla de tres embarcaciones equipada con instrumental avanzado para detectar a los pesqueros que se dedican a la captura de especies prohibidas, o a vulnerar las áreas y épocas de prohibición, ya sea pescando ballenas o róbalos.

Precisamente en pos de un barco furtivo, el Thunder, dedicado a la pesca de esta última especie, más conocida como merluza negra, Ian Urbina compartió una persecución que se prolongaría durante semanas. Comenzó en las heladas aguas del Antártico, cuando el capitán Hammarsteadt divisó al Thunder, un pesquero furtivo, en medio de una flotilla de icebergs.

La misión de Sea Shepherd, bautizada como Icefish, consistía en demostrar que, por encima del aparente vacío legal que rige muchas actividades marítimas «es posible localizar, perseguir y detener a este tipo de criminales». Hammarsteadt conminó al Thunder por radio a entregarse. El capitán, un chileno, se negó a detener su rumbo y actividad. Para sorpresa de los ecologistas, el Thunder estaba capitaneado por un chileno e integrado por una tripulación de marineros gallegos. De forma muy simplificada, Urbina lo explica comparando a Galicia «con la Sicilia española, un territorio dominado por el narcotráfico», pero eso no rebaja el hecho de que el Thunder, a pesar de operar con bandera de Togo, fuera prácticamente un barco español.

Urbina nos relata esta aventura y otras en un libro extraordinario, Océanos sin ley, del meritorio sello editorial Capitán Swing. Una crónica de vivencias, denuncias e investigaciones en alta mar con amplia documentación literaria y gráfica que se lee como una novela de piratas o corsarios, pero que, por desgracia, narra hechos reales, muchos de ellos claramente delictivos.

Lo son, sin duda, los abusos pesqueros y los ataques medioambientales que han convertido los océanos en un territorio enorme y, en muchos casos, sin otra ley que la de los intereses económicos.