Faltan menos de 100 días para que EEUU ceda al menos formalmente la soberanía a un Gobierno provisional iraquí. Pero crece en espiral el odio sembrado, primero, por la dureza de la guerra; luego, por la ineficacia al atender las necesidades de la población, y más tarde, por el despertar del sentimiento de resistencia nacionalista contra los extranjeros.

Ayer, en pleno triángulo suní, donde más contundentes están siendo las fuerzas de ocupación, fallecieron en dos emboscadas cinco soldados de EEUU y cuatro civiles, tres de ellos estadounidenses. La muerte de estos últimos fue acompañada de un salvajismo total.

Cuando una turba es capaz de mutilar, arrastrar, quemar y colgar los cadáveres, refleja un odio cada vez más infinito que desmiente las nuevas mentiras. Porque los iraquís no creen en absoluto que su vida haya mejorado y porque parte de ellos aceptan la resistencia violenta.

Está garantizada la extracción de petróleo y están repartidos los contratos millonarios de la reconstrucción, pero la guerra ha desmantelado Irak y los invasores no garantizan ni la subsistencia ni la seguridad. Brotan el odio y más terrorismo cara al futuro.