El diputado socialista Odón Elorza ha sido el único en devolver las dietas que no utilizó durante el confinamiento. Cantidad complementaria al sueldo de cada diputado que asciende a 1.900 euros mensuales por barba.

Con este dinero, sus señorías deben sufragar los gastos de sus desplazamientos y estancias en Madrid para asistir a comisiones o plenos de las Cámaras. Pero el único que ha tenido el gesto de devolver sus dietas ha sido Elorza. Ni los 349 restantes diputados ni los 265 senadores se han considerado obligados a restituir un céntimo aunque no hayan necesitado emplear esas dietas desde la declaración del estado de alarma, al no poder viajar a Madrid. A la chita callando, se han quedado con ellas. Repugnante actitud que han compartido de la extrema derecha a la extrema izquierda, de los liberales a los independentistas, de Errejón a Ortega Smith, de Meritxell Batet a Irene Montero, de canarios a vascos, de catalanes a Teruel Existe. Tampoco ninguno de los diputados o senadores elegidos por las circunscripciones aragonesas ha devuelto un euro.

Ni lo hicieron durante la crisis de 2008.

Entonces y ahora habría sido procedente esperar de nuestros representantes comportamientos socialmente ejemplares. Si obviamente no necesitaban utilizar esas jugosas dietas, deberían en conciencia haber renunciado a ellas para destinar ese dinero público a la lucha contra la pandemia, a la adquisición de mascarillas, respiradores, a la inversión en equipos sanitarios de protección a los profesionales o atención a los enfermos. Sus señorías no sólo no lo han hecho, sino que no han renunciado a uno solo de sus privilegios. Aunque en la calle, paredes afuera del Congreso y del Senado, cerraban empresas, los autónomos iban al paro, se perdían negocios, ingresos y sueldos, nuestros diputados y senadores están siendo incapaces de solidarizarse con la catástrofe económica.

Tampoco, ya digo, lo hicieron en 2008.

Y no parece, así se hunda el país, vayan a hacerlo el año que viene, ni nunca. Sus gestos de solidaridad terminan en cuanto se les toca el bolsillo. En su naturaleza de casta no está dar, sino recibir.

Excepciones como la de Odón Elorza —¡qué tío más raro!— confirman esta triste regla. H