Uno de los lemas de la incipiente Zaragoza en Común (ZeC) fue «un proyecto para gobernar». Y eso es precisamente lo que no han conseguido. Pasados más de tres años tras su victoria, su mayor mérito es haber irrumpido con fuerza en el panorama municipal. No es poco. Pero a partir de ahí la hoja de servicios presenta un aspecto desolador. Por mucho que insistan en lo contrario, la toma de control de las sociedades ha sido un error mayúsculo que ha terminado por decretar la defunción de la legislatura. La huella que dejará ZeC será un borrón en la fachada de un pabellón de deportes; un largo listado de municipalizaciones fracasadas; unas calles sucias; árboles sin podar; unas cuentas saneadas; un mercado nuevo y medio vacío; una cultura revitalizada solo para los amigos; un proyecto de futuro en la Harinera; más carriles bici, a cual más polémico; un transporte urbano deficiente. El legado de Zaragoza en Común será minúsculo. Vinieron a cambiar la política, pero no han sabido ejercerla. No se puede transformar lo que no se entiende. Creían que su superioridad moral era suficiente para sostener un gobierno y una ciudad y resulta que no, que además es necesaria inteligencia para llegar a acuerdos, ceder, dejar de lado etiquetas y sectarismos. ZeC ha tenido muchos enemigos, pero el peor han sido ellos mismos. No han hecho autocrítica. Se han encerrado en sí mismos, en los gestos estériles, y se han limitado a defenderse de los golpes (y de los autogolpes) con los ojos vendados. La realidad les ha venido grande.

*Periodista / @mvalless