¿Creen que el terror del verano ha sido contagiarse de covid? Pues visto lo visto con las imprudencias de la gente, yo diría que no.

El auténtico terror ha sido la okupación. Sí, salir a por el pan y al volver encontrarte con que en tu casa hay diez perroflautas con rastas, siete hijos pequeños y que han empezado a tirar tus cosas por el balcón. Las empresas de seguridad, que empezaron con el rollo de «no se preocupe que nosotros vigilamos» van endureciendo el mensaje del miedo. Siempre es un señor joven, aseado y no muy cachas (no le vayan a confundir con esas empresas de exboxeadores y similares que sacan a los okupas con maneras, digamos, más expeditivas) el que tranquiliza a una familia de mediana edad muy bien vestida, asegurando que ellos se okupan de todo. Y las noticias no ayudan, la verdad.

El otro día conocí por primera vez a una persona que ha sufrido este problemón: le habían okupado un chalé de su propiedad, y consiguió el desalojo gracias a que hizo las cosas por la vía legal y al apoyo de los vecinos. Pero menudo disgusto. Todos clamamos por lo mismo: ¡Cambien la ley ya! ¡No hay derecho a este chuleo! Pero luego te paras a informarte, y la cosa es más complicada.

No es lo mismo allanamiento que usurpación, lo de las 48 horas es un mito y a veces el problema es la saturación de los juzgados y que si se ocupan pisos del Sareb o de algún fondo buitre, constructor quebrado, etc, a veces ni siquiera hay denuncia de por medio. Es innegable que la okupación se está convirtiendo en un problema.

Pero las probabilidades de que le toque a usted son tirando a reducidas. Y sobre todo, ojito con esas veleidades de justicieros urbanos, que de ahí no puede salir nada bueno.