Olifante, la editorial creada y dirigida por Trinidad Ruiz Marcellán, constituye un hito excepcional. Lo es porque se trata de un sello centrado en la poesía, siempre de ardua navegación entre poderosos intereses mercantiles. Lo es, también, porque reside en Litago, en las faldas del Moncayo, muy lejos de los ejes nucleares del libro. Lo es, además, por su XL aniversario; nada menos que cuatro décadas de resistencia numantina, insólita plusmarca para una editorial poética. Pero, sobre todo, resulta digna de admiración por su especialísima conexión, tanto con los autores como con todo lo vinculado a la poesía. Tal impronta, de la mano de Trinidad y de su tan discreto como brillante compañero en la vida y en la empresa, Marcelo Reyes, tuvo amplia repercusión en la gala homenaje a Olifante celebrada en el Teatro de las Esquinas, con amplia representación de la música, danza y literatura, junto a tantos y tantos amigos que han acompañado la singladura de la editorial y la presencia de un público entregado. Velada en la que tampoco faltó el testimonio de personajes muy relevantes, entre los que solo mencionaré a Ángel Guinda, por su protagonismo en el devenir de una joven Trinidad, a la que supo contagiar la pasión por la poesía y el amor por la naturaleza.

Todo lo que rodea a Trinidad y a Olifante tiene un aroma singular, adicto a la sensibilidad y a un profundo anhelo por cambiar el mundo, objetivo cardinal de esa arma cargada de futuro que es la poesía. Trinidad, profeta en su tierra, vive convencida de lograrlo y para ello aporta cotidianamente con gran entusiasmo tanto su buen hacer como un trabajo serio y pertinaz; el fruto es bien tangible y se hizo patente en el homenaje, pero, sobre todo, está presente en la devoción de quienes a lo largo de esos 40 años se han relacionado con Olifante.

*Escritora