Mientras se acelera la vacunación contra el virus que nos ha encogido el planeta desde hace un año, una cepa de otro agente patógeno que se creía controlado, que no dominado, desde 1998, ha rebrotado a lo grande en la Región de Murcia con la presentación de la moción de censura del PSOE y Ciudadanos: el transfuguismo.

Cualquiera de las acepciones que definen a la persona que lo practica, el tránsfuga, provoca una mueca de desagrado, cuando no de vergüenza: «1. Persona que pasa de una ideología o colectividad a otra». «2. Persona que con un cargo público no abandona este al separarse del partido que lo presentó como candidato». «3. Militar que cambia de bando en tiempo de conflicto». Aunque puede acabar en asco cuando esta práctica, en muchos casos, va asociada a la corrupción.

Es cierto que la amenaza de moción de censura estaba ahí, una herramienta perfectamente legal en democracia por más que algunos se empeñen en demonizar, y que era vox populi que las relaciones entre PP y Cs no eran las mejores entre socios de gobierno. Pero ¿realmente PSOE y Cs creían tenerla atada y bien atada cuando registraron la petición? Es preferible pensar que sí aunque se ha demostrado que no, porque lo contrario sería para desarrollar en una tesis doctoral.

El espectáculo ha sido bochornoso, tanto que como guion de una película no obtendría otro calificativo que no fuera malo. O la presidenta nacional de los naranjas, Inés Arrimadas, ha sido una ingenua, aunque no sé qué esperaba de las personas a las que ha ido desalojando de sus funciones orgánicas en el partido, o ha utilizado a los socialistas de comparsita. Qué papelón tuvo que hacer ante los micrófonos asegurando que sus seis diputados habían firmado la moción y la secundarían, poco antes de que el presidente murciano, Fernando López Miras, anunciara que los tres díscolos se desdecían de lo dicho e iban a ser nuevos consejeros de su Gobierno.

El episodio murciano me ha devuelto la vista atrás, a lo ocurrido en la Asamblea de Madrid con los diputados socialistas y el PP -- el famoso tamayazo--, o en Aragón con el PSOE y el diputado Gómariz, bautizado como gomarcazo, o en el Ayuntamiento de Zaragoza con el tránsfuga del PP José Luis de Torres. Y me ha venido un ramalazo a naftalina que marea.

Veintitrés años después de que los partidos suscribieran un Pacto por la estabilidad institucional y lucha contra el transfuguismo político, que ha incluido tres revisiones y más adhesiones de por medio, el que se denomina nuevo PP, el que abomina de todo lo anterior y se ofusca tanto que no quiere ni contestar preguntas, se ha pasado el documento por el arco del triunfo y ha vuelto a las viejas prácticas. En aras del bienestar de los votantes, claro está.

Y todo mientras un extesorero del viejo PP raja a diestro y siniestro en el banquillo de la Audiencia Nacional sobre las habilidades contables y financieras del partido. Para querer romper con las antiguas prácticas populares parece que están equivocando la senda. Acho, pijo, ¿es que no lo veis?