Hasta qué punto domina la derecha el teatro político español se pudo comprobar ayer en la conmemoración de las elecciones del 77. El acto, realmente (y lo de real viene como anillo al dedo), consagró la versión rediseñada o remasterizada de la Transición. Esa según la cual todo fue obra del rey Juan Carlos y de los dirigentes de las fuerzas políticas institucionalizadas, incluido en todo caso el Partido Comunista: Pasionaria, Carrillo y Alberti, como si Grimau y tantos otros jamás hubieran existido. Mucha negociación en despachos y cafeterías, mucha conspiración a la sombra de palacio, mucho converso y mucho criptodemócrata emergente. Pero de los miles de jóvenes obreros y estudiantes, de los sindicalistas y militantes clandestinos, de los que murieron asesinados en comisaría o masacrados en Vitoria y tantos otros lugares, apenas nada. O nada de nada.

La convocatoria electoral del 15-J fue consecuencia de un dramático empate entre el aparato del Estado y la derecha, muy marcados por los excesos antidemocráticos del franquismo, y una oposición popular de izquierda-izquierda que nunca tuvo capacidad para imponer la ruptura que predicaba. En todo caso, los españoles sabían lo que querían. Nadie deseaba volver a las andadas, pero la inmensa mayoría ansiaba la libertad, el final del régimen, un Estado de Derecho y una democracia social. En 1977 esa tensión, que explotaba constantemente en huelgas y manifestaciones, fue decisiva para dejar fuera de juego todos los proyectos reformistas intermedios, y forzar (sí, forzar) una Transición que nos homologase con el resto de la Europa Occidental. Y eso costó sangre, sudor y lágrimas. No fue un regalo del Rey, ni de Suárez ni de González, aunque es cierto que la mayoría de los líderes recién consagrados supieron leer y asumir la realidad.

Ahora, ese 78 que algunos izquierdistas desprecian sin saber de qué hablan es objeto de una nueva versión, conservadora claro. El inverosímil remake quiere reescribir la Historia para hacerla retroceder. Ayer se vio tan claro, tan claro...